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Pares cum Paribus Nº 4: Índice - Facultad de Ciencias Sociales ...

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verdad. ¡Ruego que los dioses me sean propicios y favorables en lo que queda<br />

por hacerse! Pero he aquí a Valeria, mi madre, que se ha asomado para<br />

llamarme a cenar; voy rápidamente.- (En voz alta.) ¡Eh, tú, Laganeón!, llena este<br />

odre con mi vino <strong>de</strong> Falerno y luego ve al barrio que está junto a la puerta <strong>de</strong> la<br />

ciudad, don<strong>de</strong> hay un pino muy alto en el medio; allí pregunta por la vieja<br />

Calímaca y entrégale el odre con vino. Ella es una mujer pequeña, que mira <strong>de</strong><br />

soslayo y que tiene a ratos un aspecto que en verdad da susto.<br />

Escena V<br />

El criado Laganeón, la vieja Calímaca, Poliodoro, la madre Valeria<br />

191 Laganeón.- (Consigo.) Nueva y nunca antes vista, en verdad, es esta<br />

generosidad <strong>de</strong> enviar vino <strong>de</strong> regalo; en efecto, hace ya muchos años que soy<br />

su criado, y nunca ha tenido un gesto semejante <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprendimiento. A<strong>de</strong>más,<br />

no me imagino qué tiene entre manos en un lugar <strong>de</strong> la ciudad tan apartado.<br />

¿Será, quizás, que se ha enamorado <strong>de</strong> alguna <strong>de</strong> por acá? Esa es la principal<br />

razón por la que suelen llegarles regalos tanto a las viejas mediadoras mismas,<br />

como a las muchachas amadas. Tengo buenas razones para sospecharlo; hay<br />

muchos indicios en él que me mueven a pensar así: una veces, contra su<br />

costumbre, su rostro se pone pálido, lo que es signo inequívoco <strong>de</strong> amor; otras,<br />

se sume en hondas reflexiones mientras camina, ora suspirando, ora dando<br />

saltos <strong>de</strong> gozo, ya lento, ya apresurado en su marcha; a<strong>de</strong>más -cosa que por<br />

excelencia es indicativa <strong>de</strong>l amor-, ha comido muy poco en los últimos tres días,<br />

al punto que su madre, sorprendida, ha pensado a ratos que lo aqueja una<br />

enfermedad. Pero ¿qué necesidad hay <strong>de</strong> tantas señales? Su edad misma y la<br />

barba que ya peina revelan que está en la plenitud <strong>de</strong> los años y en la flor <strong>de</strong> la<br />

vida <strong>de</strong>l hombre, como es la juventud. ¿Y quién hay que a esa edad no vea que<br />

sus energías aumentan y no se entregue al amor con mayor vehemencia? Nadie,<br />

por cierto, exceptuando tal vez a alguien que sea no un ser humano, sino una<br />

roca, y estos son pocos, ya que la naturaleza nos hizo proclives a las mujeres.<br />

Pero ¿dón<strong>de</strong> me encuentro ahora? Temo haberme extraviado; no seguí, en<br />

verdad, el camino recto. ¡Ea!, a lo lejos diviso un pino muy gran<strong>de</strong>; allí está el<br />

barrio. Intento apurar el paso, pero el odre mismo, que está muy pesado, me lo<br />

impi<strong>de</strong>. A<strong>de</strong>más, si lo hiciera, el vino se agitaría <strong>de</strong>masiado y se <strong>de</strong>rramaría.<br />

¡Que el gran Júpiter te pierda, Calímaca!; por culpa tuya, en efecto, me duele la<br />

espalda a rabiar. Ahora voy a entrar allí, sea quien sea el morador, y preguntaré<br />

si conocen a Calímaca, para sacarme <strong>de</strong> encima este peso.<br />

192 Calímaca.- (Consigo.) Salgo <strong>de</strong> casa ahora, sedienta como estoy, y miro si<br />

me traen el vino. ¡Vaya!, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí estoy viendo a un pescozudo que carga una

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