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Memoria Seminario 1999-2000 - FedIcaria

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del lenguaje orientada no a comunicarse, sino a distraer, a engañar y a retraer del vocabulario<br />

palabras y contenidos que se condenan al vacío. Esta operación cosmética se contempla en su<br />

esplendor en el discurso del pensamiento único que ha hecho de la “razón económica” y de su cohorte<br />

lingüística la razón suprema, que somete el campo de lo político al silencio que impone el predominio<br />

de lo económico 66 . No extraña, pues, que la palabra necesitado no aparezca en los textos económicos<br />

neoliberales y que cuando se acuda al término necesidad se maneje con el significado de apetencia<br />

regulada por el mercado. Ni tampoco debe sorprender que no se tope uno con el campo semántico de lo<br />

social, evidenciando la simplificación reductora que se ha operado con la identificación de la<br />

realidad al lenguaje.<br />

3.2.2. Importa no olvidar lo anterior porque, quiéralo o no, en el discurso económico del<br />

pensamiento dominante, la problemática de la necesidad y el deseo obliga a un tránsito forzoso del<br />

campo de lo objetivo al terreno de lo subjetivo y la llave maestra que abre las puertas a esos ámbitos<br />

ha de buscarse en la problematización histórica del presente.<br />

Sin embargo, resulta evidente que no es ésta la intención de la orientación económica<br />

del capitalismo tardío. A la cosmética del reduccionismo lingüístico se le ha acompañado con otra<br />

más eficaz que ha transmutado las necesidades al campo del deseo, definiendo la necesidad como el<br />

deseo de disponer de un bien, empapándolo así de un aire mercantil que le ahorra dos inconvenientes<br />

conflictivos. Por una parte, no existen ya necesidades sociales y, por lo tanto, se recupera para el<br />

capital privado todo el campo que se reservaba antes a la intervención pública. Y por otra, esta<br />

dinámica del desarraigo de la necesidad permite manejar el consumo individual como la regla que<br />

orienta y rige el deseo. De tal manera que “la explotación intensiva del deseo” se convierte en el<br />

motor que dinamiza la acumulación del capital privado.<br />

Es el “orden del deseo” el que acaba imponiéndose, “el fin de la problemática de la<br />

necesidad”, el fin de la historia fukuyamesca, el último hombre “amarrado por el deseo”,<br />

consumidor compulsivo, individuo perteneciente a una humanidad vieja y desalojada de todo vínculo<br />

social. Si hay que asustarse, conviene prepararse porque la estrategia del deseo 67 acaba de empezar<br />

y no se debe culpar, en exclusiva, al neoliberalismo. Una reconstrucción histórica de esta<br />

culpabilidad nos situaría en el centro del discurso múltiple de las corrientes de la postmodernidad<br />

que, apelando al poder de una “razón cínica”, ha proclamado la muerte del modelo de racionalidad<br />

de la Ilustración y lo ha sustituido por el reino de la razón técnica que lo mismo que defiende la<br />

inexistencia de las necesidades, puede proclamar que “la guerra del Golfo no ha tenido lugar” 68 .<br />

66 Véanse, a este respecto, dos artículos de José Manuel NAREDO: uno, “Sobre el ‘ pensamiento único’ “ , en<br />

Archipiélago, nº 29, verano 1997, pp. 11-24; y el otro, “Sobre pobres y necesitados” , en Jorge RIECHMANN<br />

(Coord.), Necesitar, desear, vivir, o.c., pp.173-180.<br />

67 Hace años ya, en el 1965, Umberto ECO nos amenazaba con este apocalipsis; véase su clásico trabajo<br />

Apocalípticos e integrados, Lumen, 10ª ed., Barcelona, 1990, pp. 352-356.<br />

68 Un ejemplo del cinismo provocador de un cultivador del postmodernismo es la obra de J. BAUDRILLARD, La<br />

guerra del Golfo no ha tenido lugar, Anagrama, Barcelona, 1991.<br />

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