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Memoria Seminario 1999-2000 - FedIcaria

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analizar. ¿Qué proceso ejecuta el espectador ante una imagen para sacar de ella la narrativa<br />

pretendida por el productor?. Parece evidente que el sentido de la cuestión no puede resolverse en el<br />

campo exclusivo de la pedagogía. Una intervención didáctica, sin duda alguna, descubrirá el<br />

mecanismo de creación, circulación y mediación de la representación en sí. Todo ello, sin embargo, a<br />

pesar de la labor positiva de deconstrucción, resulta insuficiente. El paso siguiente debe colocar al<br />

docente más allá de la complicidad rechazada, de la resistencia a la manipulación del sistema.<br />

Consciente de cómo opera el modelo de representación dominante, saltar a una<br />

práctica crítica comporta una serie de actuaciones imprescindibles para alcanzar los resultados<br />

apetecidos. En primer lugar, diluir la carga emblemática con que se pretende presentar la verdad de<br />

una imagen. A nadie de le escapa cómo se recurre de modo constante y subliminar, a la esfera de lo<br />

subjetivo, para nutrir su sentido simbólico, no sólo en la base de la realidad que enarbola, sino<br />

también, y ante todo, en el circuito de la recepción de la misma. Los resultados ideológicos que, desde<br />

en pensamiento oficial, se intentan con la movilización del acto subjetivo de imaginar, se neutralizan<br />

y operan al revés, contextualizando, desde la historia y la problematización del presente social, la<br />

realidad y la forma de la representación. La vuelta hacia atrás, pues, ese retorno de lo emblemático<br />

a lo político, pone en las manos de una práctica crítica la evidencia de que la imagen no se conforma<br />

con sus propios horizontes visuales. Los está desbordando constantemente, los acaba por desfigurar<br />

a causa del componente político que empapa, como una cutícula incolora, la realidad visual que<br />

inocentemente se ofrece.<br />

Por otra parte y en segundo lugar, una pedagogía crítica de la representación como<br />

práctica ha de vincular su actuación más allá del campo propio de la imagen. Entiendo que a alguien<br />

le moleste la obviedad de tal aserto, pero hay que reconocer que el mundo de la representación<br />

normalmente se esconde bajo el manto de lo obvio. De ahí que merezca la pena recordarlo. Si el poder<br />

operara sólo en el mundo de la imagen, no tendría sentido insistir a este respecto. Pero, precisamente,<br />

la cuestión reside en que, al margen de la representación, el sistema se reproduce a base de “una<br />

compleja red de relaciones de poder” 77 que implican tanto al productor como al que mira. Al<br />

productor, porque cosifica al sujeto de la imagen con la intención de cosificar también al espectador<br />

que la visualiza. Y al que mira, porque lo que ve se escapa de las redes del poder al que está sujeto.<br />

Por lo tanto, una práctica crítica adecuada sobre el mundo de la representación, exige centrarse en<br />

algo más allá de la pura imagen, atender sobre todo al poder y a la política que envuelven a aquélla<br />

y saltar al campo de lo transformativo que no se resigne con una simple quirurgia de las<br />

contraimágenes. Esta salida hacia delante sólo se consigue si se dota a la práctica de un sentido<br />

transformativo.<br />

Contingencia histórica de la forma, como un valor de cambio que se introduce en el<br />

sistema estático que propugna el pensamiento único; problematización de la realidad representada,<br />

como un signo que se instala en el centro neurálgico del sistema jerárquico dominante; movilización<br />

ética, como un campo de posibilidad en el que se instale la responsabilidad social en un mundo<br />

desocializado. Estos tres requisitos constituyen el tejido transformativo de la práctica de esta<br />

77 Henry A. GIROUX. o.c., p. 159.<br />

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