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Elon-Musk-Ashlee-Vance

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los acuciaban y priorizar los retos que había que afrontar para producir el Roadster.

Además implantó una serie de normas básicas, como asegurarse de que todo el

mundo acudía a trabajar a la misma hora para establecer unas bases de productividad,

tarea complicada en Silicon Valley, donde se acostumbraba a trabajar en cualquier

sitio y en cualquier momento. Estos pasos formaban parte del plan de Marks,

recogido en una lista de diez puntos y concebido para materializarse en cien días.

Como parte de ese plan había que solventar todos los problemas en los paquetes de

baterías, lograr que la separación entre las piezas de la carrocería no superase los 40

mm y asegurarse cierto número de pedidos. «Martin se había venido abajo y carecía

de la disciplina que ha de tener un buen gestor —afirma Straubel—. Michael evaluó

la situación y se dejó de pamplinas. Como no era parte interesada, podía decir: “Me

importa un bledo lo que pienses. Esto es lo que hay que hacer”.» La estrategia de

Marks funcionó durante cierto tiempo, y los ingenieros de Tesla pudieron

desentenderse de las luchas por el poder para volver a centrarse en el Roadster. Sin

embargo, llegó un momento en que los planes de Marks empezaron a tomar un rumbo

diferente a los de Musk.

Para aquel entonces, Tesla se había trasladado a un recinto más amplio, en el

1.050 de Bing Street, en San Carlos. La nueva sede le permitió volver a fabricar las

baterías en Estados Unidos y encargarse de parte de la construcción del Roadster,

aliviando los problemas relacionados con la cadena de suministros. La firma iba

madurando como empresa automovilística, aunque su vena rompedora seguía intacta.

Mientras se paseaba un día por la fábrica, Marks vio un Smart de Daimler en un

montacargas. Musk y Straubel tenían un pequeño proyecto paralelo: comprobar lo

que daría de sí el Smart convertido en vehículo eléctrico. «Michael no tenía la menor

idea de aquello, así que preguntó: “Pero ¿quién es el director general?”», recuerda

Lyons. (El proyecto con el Smart hizo que Daimler acabara adquiriendo un 10 % de

Tesla.)

Marks se inclinaba por convertir a Tesla en un activo que pudiera venderse a una

empresa automovilística más grande. Era un plan perfectamente razonable. Mientras

dirigía Flextronics, había supervisado una vasta cadena de montaje, diseminada por

todo el planeta, y conocía de primera mano las dificultades que el proceso planteaba.

En aquel momento, Tesla debía de parecerle una empresa desquiciada para la que no

existía remedio alguno. La compañía era incapaz de fabricar su único producto, tenía

enormes pérdidas y no había cumplido con los plazos de entrega, pese a lo cual sus

ingenieros seguían embarcándose en otros proyectos. Lo más racional era aderezarla

para presentarla ante posibles pretendientes.

En casi cualquier otra empresa, a Marks le habrían dado las gracias por su

decisivo plan de acción y por salvar a los inversores de unas enormes pérdidas. Pero

Musk no estaba interesado en adornar los activos de Tesla para ofrecerlos al mejor

postor. Había fundado la empresa para hacer mella en la industria automovilística y

forzar a la gente a reflexionar sobre los automóviles eléctricos. En lugar de «pivotar»

www.lectulandia.com - Página 120

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