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Elon-Musk-Ashlee-Vance

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despegan de Moscú —dice Cantrell—. Piensas: “Dios mío, lo he logrado”. Así que

Griffin y yo pedimos unos tragos y brindamos.» Musk iba delante de ellos,

escribiendo en su ordenador. «Pensábamos: “Qué demonios está haciendo ahora ese

puto friki”.» En aquel momento, Musk se volvió y les mostró una hoja de cálculo que

acababa de crear. «Mirad —dijo—, creo que podemos construir el cohete nosotros

mismos.»

Griffin y Cantrell se habían bebido ya un par de copas y estaban demasiado

desanimados para soñar. Conocían infinidad de historias sobre millonarios deseosos

de conquistar el espacio que habían perdido toda su fortuna en el intento. El año

anterior, Andrew Beal, un mago de los bienes raíces y las finanzas que vivía en

Texas, había cerrado su empresa aeroespacial después de gastarse millones de dólares

en ensayos. «Y nosotros pensábamos: “Sí, claro, ¿lo construyes tú y cuántos más?”

—recuerda Cantrell—. Pero Elon dijo: “No, en serio, he hecho los cálculos”.»

Cuando Musk les pasó el ordenador, Griffin y Cantrell se quedaron atónitos. El

documento detallaba los costes de los materiales necesarios para construir, ensamblar

y lanzar un cohete. Según las estimaciones de Musk, podía competir con las empresas

del ramo construyendo un cohete no muy grande destinado a la parte del mercado

especializada en enviar satélites pequeños y equipos de investigación al espacio. La

hoja de cálculo mostraba también las características del cohete con un grado de

detalle notable. «¿De dónde has sacado esto?», le preguntó Cantrell.

Musk se había pasado meses estudiando la industria aeroespacial y las bases

físicas que la sustentaban. Cantrell y otros le habían prestado libros como Rocket

Propulsion Elements, Fundamentals of Astrodynamics y Aerothermodynamics of Gas

Turbine and Rocket Propulsion y algunos textos esenciales más. Musk había vuelto a

ser aquel niño que devoraba información, y como resultado de todas aquellas

reflexiones había llegado a la conclusión de que era posible construir cohetes por un

precio mucho menor al que pedían los rusos. Adiós a los ratones y a la planta que

crecería —o probablemente moriría— en Marte. Musk lograría que el público

volviera a pensar en la posibilidad de explorar el espacio abaratando los costes de las

operaciones.

A medida que los rumores sobre los planes de Musk se fueron expandiendo por la

comunidad espacial, se generó un escepticismo colectivo. Tipos como Zubrin habían

visto muchos casos semejantes. «Un ingeniero contactaba con un multimillonario y le

vendía una buena historia —dice Zubrin—. Si combinamos mis conocimientos y su

dinero, construiremos un cohete espacial que será rentable y abrirá las fronteras

espaciales. El cerebrito solía gastarse el dinero del ricachón durante un par de años,

hasta que este se cansaba y cortaba el grifo. Cuando nos enteramos de lo de Elon,

todo el mundo dio un suspiro y dijo: “Vale, podía haberse gastado diez millones de

dólares en enviar unos ratones al espacio, pero ahora se va a gastar cientos de

millones probablemente para nada, como todos los que lo han precedido”.»

Aunque Musk era perfectamente consciente de los riesgos que entrañaba poner en

www.lectulandia.com - Página 76

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