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Elon-Musk-Ashlee-Vance

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perfeccionaron sus habilidades hasta el punto de ser capaces de construir en tres días

un motor que superó todas las pruebas. Además, debían ser expertos en programas

informáticos. Dedicaron una noche entera a construir una turbobomba para el motor y

emplearon la siguiente en reconfigurar una serie de aplicaciones utilizadas para

controlar los motores. Hollman era un verdadero experto en aquel trabajo, pero el

resto del equipo de jóvenes y diestros ingenieros que entremezclaban disciplinas por

pura necesidad y por espíritu de aventura no le iba a la zaga. «La experiencia tenía

algo de adictivo —rememora Hollman—. Tienes veinticuatro o veinticinco años, y te

confían una responsabilidad enorme. Era de lo más motivador.»

Para volar al espacio, el motor Merlín tenía que estar encendido durante ciento

ochenta segundos. Cuando empezaron su trabajo en Texas, aquello parecía una

eternidad para los ingenieros; el motor apenas se mantenía encendido medio segundo

antes de fallar. Unas veces vibraba demasiado durante las pruebas; otras respondía

mal a la incorporación de nuevos elementos; otras se rompía y necesitaba arreglos

importantes, como cambiar un colector de aluminio por otro fabricado con un

material más exótico, el Inconel, una aleación capaz de soportar temperaturas

extremas. En cierta ocasión, una válvula de combustible no se abrió correctamente e

hizo explotar el motor; en otra, se prendió fuego todo el banco de pruebas. La ingrata

tarea de llamar a Musk para contarle los problemas que habían surgido durante la

jornada solía recaer en Buzza y Mueller. «Elon tenía mucha paciencia —afirma

Mueller—. Recuerdo una ocasión en la que hicimos dos pruebas al mismo tiempo y

las dos acabaron en desastre. Le dije a Elon que podíamos probar con otro motor,

pero lo cierto es que me sentía muy frustrado y muy cansado y estuve seco con él. Le

dije: “Podemos probar con otro puto motor, pero hoy ya he hecho explotar demasiada

mierda”. Y él me respondió: “De acuerdo, no te preocupes. Cálmate. Mañana lo

intentamos otra vez”.» Más adelante, algunos empleados de El Segundo contaron que

Elon había estado al borde de las lágrimas durante aquella llamada al notar la

frustración y el dolor en la voz de Mueller.

Lo que Musk no toleraba eran las excusas o la falta de un plan de ataque claro.

Hollman fue uno de los muchos ingenieros que llegó a aquella conclusión después de

enfrentarse a uno de los típicos interrogatorios de Musk. «La peor llamada fue la

primera —recuerda Hollman—. Algo había salido mal, y Elon me preguntó cuánto

nos costaría volver a estar en marcha, una pregunta para la que en aquel momento yo

no tenía respuesta. Me dijo: “Pues debes tenerla. Es importante para la empresa. Todo

depende de esto. ¿Cómo es que no tienes una respuesta?”. Siguió machacándome con

preguntas directas e incisivas. Yo creía que era vital mantenerle al tanto de lo que

ocurría, pero comprendí que todavía era más importante tener toda la información.»

De vez en cuando, Musk participaba personalmente en las pruebas. En una

ocasión especialmente señalada, SpaceX trataba de perfeccionar una cámara de

enfriamiento para los motores. La empresa había comprado varias a 75.000 dólares la

unidad, y tenía que probarla bajo el agua para determinar su capacidad de soportar

www.lectulandia.com - Página 88

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