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Elon-Musk-Ashlee-Vance

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arte moderno— y después volvió al cuarto de Musk. Este le dijo a Riley, que era

virgen, que quería enseñarle sus cohetes. «Yo era escéptica, pero lo cierto es que me

enseñó vídeos de cohetes», afirma Riley. Cuando Musk regresó a Estados Unidos [5]

se mantuvieron en contacto a través del correo electrónico durante un par de semanas,

hasta que Riley reservó plaza en un vuelo a Los Ángeles. «Yo no pensaba en ser su

novia ni nada de eso —dice Riley—. Simplemente me estaba divirtiendo.»

Musk tenía otras ideas en la cabeza. Riley apenas llevaba cinco días en California

cuando se decidió a dar el paso, mientras hablaban en la cama de una pequeña

habitación del Hotel Península de Beverly Hills. «Me dijo: “No quiero que te vayas.

Quiero que te cases conmigo”. Creo que me reí. Entonces dijo: “No. Lo digo en serio.

Lo siento, no tengo un anillo”. Le respondí: “Podemos darnos un apretón de manos,

si quieres”. Y lo hicimos. No recuerdo en qué estaba pensando en aquel momento, y

lo único que puedo decir es que yo tenía veintidós años.»

Hasta entonces, Riley había sido una hija modélica. Nunca había supuesto una

preocupación para sus padres. Se le daban bien los estudios, había conseguido

algunos papeles fantásticos y tenía una personalidad dulce y afable, propia de una

auténtica Blancanieves, según sus amigas. Pero allí estaba en el balcón del hotel,

informando a sus padres de que había accedido a casarse con un hombre catorce años

mayor que ella que acababa de pedir el divorcio a su primera esposa, tenía cinco hijos

y dos empresas, sin que ni siquiera ella misma entendiera cómo podía haberse

enamorado de él cuando apenas lo conocía desde hacía unas semanas. «Creo que a mi

madre le dio un ataque de nervios —dice Riley—. Pero yo siempre había sido muy

romántica, y en realidad no me parecía algo tan extraño.» Riley regresó a Inglaterra

para recoger sus cosas y sus padres viajaron con ella a Estados Unidos para conocer a

Musk, que pidió con retraso su bendición al padre de Riley. Musk no tenía casa

propia, así que la pareja se mudó a la casa de un amigo de Musk, el multimillonario

Jeff Skoll. «Llevaba allí una semana cuando entró aquel desconocido —recuerda

Riley—. Le pregunté quién era, y él me respondió que era el dueño de la casa y me

preguntó a su vez quién era yo. En cuanto se lo dije, se marchó.» Más adelante, Musk

volvió a pedirle matrimonio a Riley en el balcón de la casa de Skoll, esta vez con un

anillo gigantesco. (En total, Musk le ha regalado tres anillos de compromiso: el que

acabamos de mencionar, otro para ponérselo a diario y un tercero diseñado por él

mismo, con un diamante rodeado por diez zafiros.) «Recuerdo que dijo: “Estar a mi

lado era elegir el camino más arduo”. En aquel momento no lo entendí, pero ahora sí.

Es realmente duro, un viaje muy loco.»

Riley tuvo un bautismo de fuego. Aquel idilio relámpago le había dado la

impresión de que estaba comprometida con un multimillonario que viajaba en su

propio jet y tenía el mundo a sus pies. Aquello era cierto en teoría, pero en la práctica

la situación era más complicada. Hacia finales de julio, Musk se dio cuenta de que

apenas tenía suficiente dinero en efectivo para llegar a final de año. Tanto SpaceX

como Tesla necesitarían inyecciones de capital para pagar a los empleados, y no

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