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Elon-Musk-Ashlee-Vance

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pagando una cuota mensual fija. En conjunto, los clientes reducían su factura

eléctrica, dejaban de estar sometidos a las subidas de precio periódicas por parte de

los proveedores habituales y, si vendían la casa, podían traspasar el contrato al nuevo

propietario. Al final del período de arrendamiento, el cliente podía optar por mejorar

el sistema con la instalación de placas nuevas y más eficientes. Musk había ayudado a

sus primos a diseñar aquella estructura y se convirtió en el presidente de la empresa y

en su mayor accionista, como propietario de alrededor de un tercio de SolarCity.

Seis años después, SolarCity se había convertido en el mayor instalador de placas

solares del país. La empresa había cumplido sus objetivos iniciales y había

conseguido que realizar una instalación solar fuese muy sencillo desde el punto de

vista del cliente. Las empresas rivales se apresuraron a imitar su modelo de negocio.

Por el camino, SolarCity se había beneficiado de la caída de precios de las placas

solares que tuvo lugar cuando los fabricantes chinos inundaron el mercado con sus

productos. También había expandido el negocio; además de los clientes particulares,

tenía contratos para realizar grandes instalaciones con empresas como Intel,

Walgreens y Wal-Mart. En 2012, SolarCity salió a bolsa, y en los meses siguientes

sus acciones subieron como la espuma. En 2014, la empresa estaba valorada en cerca

de 7.000 millones de dólares.

Durante la época de crecimiento de SolarCity, Silicon Valley había invertido

inmensas cantidades de dinero en empresas de tecnologías ecológicas, generalmente

con resultados desastrosos. Hubo fiascos en compañías de automoción como Fisker y

Better Place, y el de Solyndra, el fabricante de células solares que los conservadores

aducían invariablemente como ejemplo de derroche del Gobierno y clientelismo

desatado. La prensa local y nacional destrozó a algunos de los más famosos

inversores de capital riesgo, como John Doerr y Vinod Khosla, a causa de sus

inversiones fallidas en tecnologías ecológicas. La historia era casi siempre igual: la

gente había metido dinero en esas tecnologías porque parecía que era lo correcto, no

porque tuvieran sentido desde el punto de vista económico. Y desde los nuevos tipos

de sistemas de almacenamiento de energía hasta los automóviles eléctricos y las

placas solares, la tecnología no había estado a la altura de su coste y necesitaba

demasiadas subvenciones estatales y demasiados incentivos para crear un mercado

viable. Gran parte de estas críticas eran justas. Sin embargo, andaba por ahí aquel

tipo, ese Elon Musk, que parecía haberse dado cuenta de algo que se les escapaba a

todos los demás. «Tuvimos durante casi diez años una norma general en contra de

invertir en empresas de tecnologías limpias —cuenta Peter Thiel, cofundador de

PayPal e inversor en capital riesgo en Founders Fund—. A nivel general hacíamos

bien, porque el sector de las tecnologías limpias era en conjunto bastante desastroso.

Pero a nivel concreto, parecía que Elon tenía las dos empresas de tecnologías limpias

más exitosas de Estados Unidos. Preferíamos considerar que se trataba de pura

chiripa. Existe esa imagen a lo Iron Man que lo presenta como un empresario de

tebeo, un bicho raro. Pero hemos llegado a un punto en que hay que preguntarse si su

www.lectulandia.com - Página 212

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