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Primavera con una esquina rota - Mario Benedetti

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era para ella el sentido cardinal de la unión amorosa, y<br />

Santiago, que no estaba de acuerdo <strong>con</strong> tal preeminencia<br />

y exclusividad del tacto, se había resignado sin embargo,<br />

siempre de mala gana, a esa exigencia que él atribuía<br />

a puritanismo mal digerido y punto, y sobre todo a<br />

su educación en colegio de monjas Contra el cielo no<br />

hay quien pueda, decía Santiago para justificar el carácter<br />

irremediable de su <strong>con</strong>cesión Pero Graciela siempre<br />

había tenido bien clarito que las Hermanas no tenían la<br />

culpa y que en todo caso la razón última residía en ella<br />

misma, en un pudor oscuro del que no se enorgullecía<br />

Por su parte, Rolando se hacía el muy amplio y <strong>con</strong>descendiente,<br />

pero en realidad no le gustaba nada ese arqueo<br />

tan pormenorizado de aquellas ajenas noches desnudas,<br />

y sólo por vengarse moderadamente de ese malestar<br />

le preguntaba y qué tal antes de Santiago, y ella no<br />

se indignaba, sino más bien se avergonzaba de <strong>con</strong>fesarle<br />

que antes de Santiago nada, y otra vez se embarcaba<br />

en el lío de las sombras y las medias luces, y la prueba la<br />

tenés ahora, porque haciéndolo como lo hacemos en<br />

plena hora de siesta y aun <strong>con</strong> las persianas cerradas la<br />

penumbra es tan luminosa que todo queda a buena vista<br />

Y era tan poderoso su deseo del otro cuerpo, tan prioritario<br />

y tan tierno el placer de juntarse <strong>con</strong> él, que en<br />

ningún momento ella había hecho hincapié en su anacrónico<br />

culto de lo oscuro, y no sólo no se había distraído<br />

del tacto, sino que había descubierto, casi a pesar<br />

suyo, cuánto agregaba al tacto la decisión de mirar al<br />

otro cuerpo en todas sus maniobras y rutinas y nuevas<br />

propuestas, y cuánto agregaba al tacto el ser mirada en<br />

todos sus valles y musgos y colinas Sólo después del disfrute<br />

y el aflojamiento, cuando él, Rolando Asuero, encendía<br />

un cigarrillo y luego otro más y se lo alcanzaba,<br />

sólo entonces o más bien un poco después cuando ella<br />

volvía del baño y se acurrucaba <strong>con</strong>tra él, sólo entonces<br />

el tema del ausente volvía a instalarse entre ellos, entre<br />

los dos cuerpos satisfechos y laxos<br />

Ella hablaba y hablaba, le daba vueltas y más vueltas<br />

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