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Primavera con una esquina rota - Mario Benedetti

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sin ning<strong>una</strong> vergüenza y hasta <strong>con</strong> sollozos y que ese<br />

llanto no era cursi ni ridículo y me sorprendí tanto de mi<br />

propio estallido que quise recordar cuándo había llorado<br />

así por última vez y tuve que retroceder hasta octubre del<br />

67, en Montevideo, también solo y de noche, cuando<br />

otra onda corta había pormenorizado la tristeza informativa<br />

de Fidel sobre la muerte del Che<br />

Pero en noviembre del 80, las gentes del país Lydia<br />

me dejaron llorar a solas y lo agradecí Sólo vinieron al<br />

día siguiente para abrazarme, después de asegurarse<br />

bien de que yo tenía los ojos secos, y para que les explicara<br />

lo inexplicable, y entonces les fui diciendo mientras<br />

yo mismo me <strong>con</strong>vencía: la dictadura decidió abrir, no<br />

<strong>una</strong> puerta, sino <strong>una</strong> rendija, y <strong>una</strong> rendija tan pequeña<br />

que sólo pudiera entrar en ella <strong>una</strong> sola sílaba, y entonces<br />

la gente vio aquella hendedura y, sin pensarlo dos<br />

veces, colocó allí la sílaba NO Es probable que mañana<br />

den un portazo, cierren otra vez la fortaleza que habían<br />

creído inexpugnable, pero ya será tarde, la rotunda sílaba<br />

habrá quedado dentro, les será imposible deshacerse<br />

de ella En esta época de bombas neutrónicas y ojivas<br />

nucleares, es increíble cuánto puede hacer todavía <strong>una</strong><br />

pobre sílaba negadora<br />

Y Lydia vino, claro (no ya el país Lydia, sino Lydia solita<br />

y su alma) y no me dijo nada y también se lo agradecí,<br />

y después de asegurarse ella también de que yo tenía<br />

los ojos secos, se sentó en el suelo junto a mí (yo estaba<br />

como siempre en la mecedora y dejé de mecerme) y<br />

apoyó en mis rodillas su cabeza oscurita y sus cabellos<br />

negros<br />

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