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sol— que fueran mis hijos”.<br />

El padre terrible trató entonces <strong>de</strong> ahogar a los jóvenes en una cámara <strong>de</strong> vapor<br />

<strong>de</strong>masiado calentada. Ellos recibieron la ayuda <strong>de</strong> los vientos, quienes les dieron, para que se<br />

escondieran, un lugar <strong>de</strong> protección <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cámara. “Sí, son mis hijos”, dijo <strong>el</strong> Sol<br />

cuando salieron, pero era mentira, porque planeaba una nueva trampa. La prueba final<br />

consistía en fumar una pipa llena <strong>de</strong> veneno. Un gusano p<strong>el</strong>udo previno a los muchachos y<br />

les dio algo para que se lo pusieran <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la boca. Fumaron la pipa sin recibir ningún<br />

daño, pasándos<strong>el</strong>a entre <strong>el</strong>los hasta que se acabó. Hasta dijeron que tenía un dulce sabor. El<br />

Sol estaba orgulloso y completamente satisfecho. “Ahora, hijos míos —preguntó—, ¿qué<br />

queréis <strong>de</strong> mí? ¿Por qué me habéis [125] buscado?” Los Héroes Gem<strong>el</strong>os habían ganado la<br />

completa confianza d<strong>el</strong> Sol, su padre. 50<br />

La necesidad <strong>de</strong> que <strong>el</strong> padre sea muy cuidadoso, y <strong>de</strong> que admita en su casa sólo a<br />

aqu<strong>el</strong>los que han sido completamente probados, queda ilustrada por la <strong>de</strong>sgraciada<br />

experiencia d<strong>el</strong> joven Faetón, <strong>de</strong>scrita en una famosa fábula griega. Nacido <strong>de</strong> una virgen en<br />

Etiopía y azuzado por sus compañeros para que buscara a su padre, atravesó Persia y la<br />

India para llegar al palacio d<strong>el</strong> Sol, porque su madre le había dicho que su padre era Febo, <strong>el</strong><br />

dios que guiaba <strong>el</strong> carro d<strong>el</strong> Sol.<br />

“El palacio d<strong>el</strong> Sol estaba en <strong>las</strong> alturas sostenido por <strong>el</strong>evadas columnas, lleno <strong>de</strong><br />

reflejos <strong>de</strong> oro y <strong>de</strong> bronce que brillaban como <strong>el</strong> fuego. Los techos estaban coronados <strong>de</strong><br />

marfil pulido; irradiaban <strong>las</strong> puertas dobles <strong>de</strong> plata bruñida. Y lo artístico d<strong>el</strong> trabajo<br />

superaba la b<strong>el</strong>leza <strong>de</strong> los materiales.”<br />

Faetón subió por <strong>el</strong> camino y llegó hasta la casa. Allí <strong>de</strong>scubrió a Febo sentado en un<br />

trono <strong>de</strong> esmeraldas, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> <strong>las</strong> Horas y <strong>de</strong> <strong>las</strong> Estaciones, d<strong>el</strong> Día, <strong>el</strong> Mes, <strong>el</strong> Año y <strong>el</strong><br />

Siglo. El atrevido joven se <strong>de</strong>tuvo en <strong>el</strong> umbral, pues sus ojos mortales no podían soportar la<br />

luz; pero <strong>el</strong> padre, gentilmente, le habló a través d<strong>el</strong> vestíbulo.<br />

“¿Por qué has venido? —preguntó— ¿Qué buscas, oh Faetón, hijo que ningún padre<br />

negaría?”<br />

El joven respondió respetuosamente: “Oh padre mío (si me dais <strong>el</strong> <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

llamaros así) ¡Febo! ¡Luz d<strong>el</strong> mundo entero! Dadme una prueba, padre mío, por la cual todos<br />

sepan que soy vuestro verda<strong>de</strong>ro hijo.”<br />

El gran dios se quitó su corona <strong>de</strong>slumbrante y dijo al joven que se acercara. Lo tomó<br />

entre sus brazos. Luego le prometió, s<strong>el</strong>lando la promesa con un juramento, que cualquier<br />

prueba que <strong>de</strong>seara le sería concedida.<br />

Lo que Faetón <strong>de</strong>seaba era <strong>el</strong> carro <strong>de</strong> su padre, y <strong>el</strong> <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> guiar los caballos<br />

alados por un día.<br />

“Esa petición —dijo <strong>el</strong> padre— <strong>de</strong>muestra que he prometido con <strong>de</strong>masiada prisa”.<br />

Hizo alejar un poco al muchacho y trató <strong>de</strong> disuadirlo. “En tu ignorancia —le dijo— pi<strong>de</strong>s<br />

más <strong>de</strong> lo que pue<strong>de</strong> darse, no sólo a ti sino a los dioses. Cada uno <strong>de</strong> los dioses pue<strong>de</strong> hacer<br />

lo que <strong>de</strong>see, sin embargo, ninguno, salvo yo, pue<strong>de</strong> guiar mi carro <strong>de</strong> fuego; no, ni siquiera<br />

Zeus.”<br />

[126] Febo razonaba, pero Faetón no cedía. Incapaz <strong>de</strong> retirar su juramento, <strong>el</strong> padre<br />

retardaba <strong>el</strong> cumplimiento tanto como <strong>el</strong> tiempo se lo permitía, pero finalmente se vio<br />

forzado a conducir a su obstinado hijo al carro prodigioso: <strong>el</strong> carro tenía los ejes y <strong>las</strong> varas<br />

<strong>de</strong> oro, <strong>las</strong> ruedas adornadas <strong>de</strong> oro y con su anillo <strong>de</strong> clavos <strong>de</strong> plata. El yugo estaba<br />

afianzado con crisolitas y joyas. Las Horas sacaron a los cuatro caballos <strong>de</strong> los altos establos y<br />

los caballos respiraban fuego y habían comido aliento ambrosiaco. Los colocaron en <strong>las</strong><br />

resonantes bridas y los gran<strong>de</strong>s animales pateaban <strong>las</strong> barras. Febo frotó la cara <strong>de</strong> Faetón<br />

con un ungüento para protegerlo contra <strong>las</strong> llamas y luego colocó en su cabeza la radiante<br />

corona.<br />

“Si, por lo menos, quisieras obe<strong>de</strong>cer <strong>las</strong> advertencias <strong>de</strong> tu padre —aconsejó la<br />

50 Matthews, op. cit., pp. 110-113.<br />

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