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Leer online el libro de luna nueva - Edward y Bella

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—Retrocedamos un minuto —le dije; enfadarme hacía que me resultara mucho<br />

más fácil ser clara, contun<strong>de</strong>nte—. Recuerdas a los Vulturis, ¿verdad? No puedo<br />

permanecer humana para siempre. Ellos me matarán. Incluso si no piensan en mí<br />

hasta que cumpla los treinta —mascullé la cifra—, ¿crees sinceramente que se<br />

olvidarán?<br />

—No —respondió <strong>de</strong>spacio, sacudiendo la cabeza—. No olvidarán. Pero...<br />

—¿Pero?<br />

Sonrió ampliamente mientras le miraba con tristeza. Quizá yo no era la única<br />

que estaba loca.<br />

—Tengo unos cuantos planes.<br />

—Y esos planes —comenté mientras mi voz se volvía cada vez más ácida con<br />

cada palabra—, esos planes se centran todos en mantenerme humana.<br />

Mi actitud hizo que su expresión se endureciera.<br />

—Naturalmente.<br />

Su tono era brusco y su rostro divino mostraba arrogancia. Nos fulminamos con<br />

la mirada <strong>el</strong> uno al otro durante un minuto largo.<br />

Entonces, respiré hondo y cuadré los hombros. Le empujé los brazos para po<strong>de</strong>r<br />

sentarme.<br />

—¿Quieres que me vaya? —me preguntó y mi corazón palpitó con fuerza al ver<br />

que esa i<strong>de</strong>a le hería, aunque intentaba no <strong>de</strong>mostrarlo.<br />

—No —le contesté—. Soy yo la que se va.<br />

Me miró con suspicacia mientras salía <strong>de</strong> la cama y <strong>de</strong>ambulaba <strong>de</strong> un lado<br />

para otro <strong>de</strong> la habitación en busca <strong>de</strong> mis zapatos.<br />

—¿Puedo preguntarte adón<strong>de</strong> vas? —inquirió.<br />

—Voy a tu casa —le dije, todavía andando <strong>de</strong> un sitio para otro a ciegas.<br />

Él se levantó y se acercó a mí.<br />

—Aquí están tus zapatos. ¿Y cómo planeas llegar hasta allí?<br />

—En mi coche.<br />

—Eso probablemente <strong>de</strong>spertará a Charlie —me ofreció la i<strong>de</strong>a como un<br />

<strong>el</strong>emento disuasorio.<br />

Suspiré.<br />

—Ya lo sé, pero para serte sincera, tal como están las cosas, estaré encerrada<br />

durante semanas. ¿Cuántos problemas más me puedo acarrear?<br />

—Ninguno. Me echará la culpa a mí, no a ti.<br />

—Si tienes una i<strong>de</strong>a mejor, soy toda oídos.<br />

—Quédate aquí —sugirió, aunque su expresión no mostraba mucha esperanza<br />

al respecto.<br />

—Mala suerte, pero ¡ad<strong>el</strong>ante! Quédate y siéntete como en tu casa —le animé,<br />

sorprendida <strong>de</strong> lo natural que sonaba mi broma y me dirigí a la puerta.<br />

Él ya estaba allí, d<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> mí, bloqueándome <strong>el</strong> camino.<br />

Fruncí <strong>el</strong> ceño y me volví hacia la ventana. No estaba tan lejos d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o y había<br />

bastante hierba justo <strong>de</strong>bajo...<br />

—Bien —suspiró—. Te llevaré.<br />

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