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Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

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Debo aceptarlo. Con esa mitad de corpachón lleno de orgullo<br />

provinciano, el busto es tan real que inspira respeto y hasta<br />

mete miedo —más aún con el frío metálico que carcome hasta<br />

el tuétano— al extremo que parece que le estuviera observando<br />

a uno. No es por maricón, pero hubo un momento que quise<br />

mandarlo todo a la mierda y pegar la vuelta —que se joda Eva<br />

María. Total, ella se lo pierde, me dije. A ver, que me diga dónde<br />

sería capaz de encontrar algo mejorcito que este seguro servidor de<br />

raza importada; pero recordar que dicen que el amor lo puede todo<br />

me devolvió el valor para seguir con el plan.. Además, ya con la<br />

medianoche encima, los últimos cristianos noctámbulos se fueron<br />

dispersando —algunos al trote— para coger el último minibus;<br />

otros, zigzagueaban a causa del exceso de trago y tanteaban la<br />

ruta correcta que habría de conducirles al antro del remate. Esto<br />

quiere decir que, aparte de la rechoncha luna que parecía ponerse<br />

en mi contra al arrojar <strong>su</strong>s luces sobre la ciudad y perjudicar de<br />

algún modo la sagrada misión que yo habría de llevar a cabo, no<br />

tendrían por qué haber curiosos ni testigos de cargo.<br />

El muro frontal de la parte inferior que servía de pedestal se alzaba<br />

vigoroso desde el césped enrejado. Calculé que debían ser dos<br />

metros de alto por cinco de ancho —generoso espacio para expresar<br />

lo que siento. El muro se veía limpio, remozado con un mármol<br />

crema; <strong>su</strong> jardinera estaba muy bien protegida y adentro había un<br />

centenar de flores multicolores dispuestas simétricamente. Eso<br />

y más dicen que se merece nuestra Primera Autoridad. Verifiqué<br />

una vez más las cuatro latitudes, para comprobar que no hubiese<br />

moros en la costa; después miré para arriba ofreciendo disculpas<br />

a toda esa masa de piedras que ahora parecía observarme como a<br />

un insignificante insecto. Yo, simple mortal finalmente, le hablé<br />

en religioso silencio: “Discúlpeme Señor Presidente, pero usted<br />

también debió enamorarse en <strong>su</strong> juventud; ahora estará pasadito<br />

de años pero no negará que alguna vez sintió el gusanillo del<br />

amor. Tremendo semental andino dicen que fue usted. Ya, no se<br />

haga”. Después de recibir la bendición divina de <strong>su</strong> Excelencia<br />

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