Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

hora. Si al principio yo era feliz tan sólo de verla, y era feliz a
pesar de sus arcaicos escrúpulos de niña mimada. Pero, tanto va
el cántaro a la fuente… que terminó nomás cayendo la palomita.
Como que me llamo Gustavo De la Riva. Ni Ariana, la pecosa de
nariz respingada, el primer agarrón de colegio, mucho menos la
pechugona de la Cecilia Endara y otras tantas más de mi paralelo
en la universidad, podrán decir que escaparon invictas a mis
espolones de gallo fino. En fin, pero gracias a mi nuevo amor,
todos aquellos incipientes y calenturientos devaneos de antaño
se fueron esfumando casi por inercia y hoy son historia. Como
escribió Neruda, confieso que he vivido. Aunque, claro, uno es
joven, la tentación es grande y el diablo nunca duerme.
Ay, ¡Eva María! Hueles a sahumerio de primer martes del mes.
Cosita rica, regalo de los achachilas; tienes el poder telúrico de
mover las hormonas del gavilán más pintado.
Tal vez a usted le parezca aburrido y cursi todo esto, y más aún
la forma cómo se lo cuento, pero es que cada vez que pienso en
ella me hierve la inspiración en la sangre. Además, así fue cómo
la conquisté, escribiéndole versos de poca monta y adornándolos
con dibujitos calcados de Inspiration Cards. Y ella haciéndose la
difícil al principio: “Ay, Gus, pero qué loco eres; estate quieto o no
respondo”. Pero como dije siempre, a este pechito blanco no hay
paloma que se resista por más autóctona que sea; porque, claro,
aquí el suscrito no es de los que se conforman con una simple
parcela, no señor. Conmigo tiene que ser todo o nada; mejor si es
todo, obviamente, aunque raye en el totalitarismo.
Después se dio vuelta la torta y la muy ladina me dejó de un día
para otro, reaccionando instintivamente —con premura, alevosía
y ventaja— ante chismes de gente envidiosa que siempre habla de
uno cuando uno goza de cierta popularidad entre las féminas; no
me dio siquiera el beneficio de la duda, mucho menos se tragó el
cuento clínico de que es mi otro yo el que se porta mal. Pobrecito
de mí, huérfano de credibilidad y sin coartadas válidas para asumir
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