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Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

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caminando, el puñal envuelto en un periodicucho que reconocí<br />

como por reflejo: el que él leía o pretendía leer. Yo había alcanzado<br />

a tomar unas fotos magníficas, así que corrí a socorrerla, pero era<br />

demasiado tarde. Estaba muerta.<br />

Tomé dos fotos más.<br />

Las fotos se habrían publicado en la portada y yo quizás me<br />

habría hecho de un premio, pero no ocurrió así. El asaltante, tras<br />

caminar una cuadra y verme, volvió. Volvió por la cámara. Volvió<br />

con el puñal húmedo aún sediento de sangre. Me dio tres golpes<br />

en el torso. Me registró la cartera con la minuciosa tranquilidad<br />

de un agente de aduanas y, sin apre<strong>su</strong>rar el paso, partió. Cuando<br />

se marchaba pude escuchar cómo tintineaban las ocho monedas<br />

de cincuenta en <strong>su</strong> bolsillo. Así obtuve mi primer titular —algo<br />

modesto, se diría.<br />

“Novelista cae en coma al ser apuñalado por<br />

socorrer a estudiante”<br />

La fantástica foto y el premio fueron por cuenta del colega<br />

que me esperaba para almorzar. La undécima fotografía de <strong>su</strong><br />

cámara de apoyo era exquisita: un charco de sangre; la niña en<br />

mis brazos; el puñal en la caprichosa posición que no descubría<br />

si la hoja entraba o salía. Mi chaqueta verde, la calzada y el<br />

contraste carmesí de la sangre eran únicos; no pude menos que<br />

llorar mientras la veía.<br />

Eso era poesía.<br />

Por: Moking, el insalvable.<br />

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