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Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

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almorranas contraídas en <strong>su</strong> segundo exilio, además de un sabor a<br />

tierra de olvido y la promesa de entregar una carta a un destinatario<br />

desconocido.<br />

El primer exilio lo <strong>su</strong>frió por <strong>su</strong> mala costumbre de no tocar la<br />

puerta. Emiliano Luján llevaba un recado al General: todo estaba<br />

listo para <strong>su</strong> viaje a Charaña. Entró al despacho presidencial y lo<br />

observó en cabalgata de guerra con <strong>su</strong> cuñada; a diestra y siniestra<br />

sobre el escritorio, entre los papeles de la patria, relinchando<br />

hacia el lugar donde recibía a los embajadores; de pie, agarrado<br />

del perchero, de cuclillas como lo aprendió en el cuartel, con una<br />

mano al aire saludando de julio el gran día; en el sillón junto a las<br />

cortinas, donde alguna vez Melgarejo orinara en una taza de plata<br />

para curar el resfriado de un primo y despachara <strong>su</strong>s orines con el<br />

mandato expreso: “Que lo beba en ayunas, le hará bien”.<br />

Emiliano Luján ni si<strong>quiera</strong> tuvo tiempo de reconocer lo buen jinete<br />

que era el General. Lo llevaron de inmediato a un vuelo clandestino<br />

con una nota que decía: “Ahora te jodes”. Y en verdad se jodió.<br />

Fueron años de vagar por un país desconocido, con un idioma<br />

desconocido, con calles desconocidas, y de añorar la marraqueta<br />

en el desayuno, reemplazada por esos panes afrancesados que<br />

se disolvían en la boca. Así se disolvió también <strong>su</strong> esperanza de<br />

volver.<br />

El regreso fue una ca<strong>su</strong>alidad. Emiliano Luján escupía, sin sentido<br />

histórico, algunas pepas de mandarina al lago Lèman, el mismo<br />

lago donde Napoleón, antes de la derrota de Waterloo, había tenido<br />

la visión apocalíptica de unas ruinas en el olvido, sin torre Eiffel ni<br />

campos Elíseos, con el pasado en forma de viento llevándose hasta<br />

la última piedra. Fue cuando la vio. Era tan bella, tan boliviana, tan<br />

paceña, tan de Sopocachi, tan de aquellas tardes en que Emiliano<br />

Luján mataba el tiempo sentado en una banca de la Plaza España<br />

mirando caer las hojas y <strong>su</strong> vida en el hoyo de la memoria. No le<br />

quedó duda alguna: era perfecta para él.<br />

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