Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine
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Hasta aquí dura mi procesión. ¡Blanquitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!<br />
Cusilimay, tu forma de vida me ha llevado a regresarme a<br />
estas calles estrechas de Llallagua y Catavi por los que un día<br />
transitamos. Recuerdo que entré por entrar a los cines, caminé<br />
por caminar las plazas, amé por amar (así nomás) a una mujercita<br />
que se llamaba <strong>Blanca</strong> <strong>Coaquira</strong>, que eras tú y que te conocí en la<br />
iglesia. Te observé desde que entré y no te quité la vista en todo lo<br />
que recorrió la misa. No podría decir qué dijo el padre. No recuerdo<br />
nada, nada de eso. Todo mi pensamiento estaba en ti que te sentabas<br />
a mi derecha, un asiento detrás. Eras delgada, un poco alta, tenías<br />
los cabellos lacios de color negro. Estabas sola, practicabas el<br />
ritual sola, rezabas, te hincabas; todo lo hacías tú. Al terminar la<br />
ceremonia, me di la vuelta y estabas arrodillada rezando, te eché<br />
una mirada, <strong>su</strong>pongo que esa que es verdaderamente mía, y al salir<br />
estabas ya conmigo para no despegarte por treinta y dos meses,<br />
veinticinco días y tres horas.<br />
¿Qué no compartí contigo? Los andariveles, la pirita, la pulpería,<br />
la riel, a todos los mineros, la coca y el alcohol, las palliris con<br />
<strong>su</strong>s huahuas moqueando; todas las películas, toda la música, todos<br />
los locales de baile, la comida, los helados de peso de la plaza y<br />
<strong>su</strong> zonzódromo, los hospitales; el Turco, los socavones, la virgen<br />
y el tío, tus poemas, tus formas de decir que me querías; las flores<br />
silvestres que recogíamos; mi vergüenza, mi pantalón azul con mi<br />
polera amarilla, mi condición de viajero a la ciudad que a veces<br />
te cohibía; mi forma de ser, llok’alla, walaycho, cholo, joven,<br />
caballero.<br />
Te despertaba con la música de mi quena y nos íbamos a Caquiaviri<br />
a pasar el día, bajábamos y <strong>su</strong>bíamos los cerros, pasábamos el<br />
puente colgante y tú, desgraciada, saltabas en medio y yo me<br />
abrazaba a las maderas para no caer dos o tres metros a esos ríos<br />
de sangre que emanaban de las entrañas de la mina. Contigo vi<br />
por primera vez una ardilla y una tarántula que estaba metida en<br />
el ojo de un árbol viejo. Contigo comí fruta fresca. A ti me abracé<br />
cuando nos dejó el último colectivo que regresaba a Catavi y<br />
tuvimos que soportar el viento que nos arrastraba por la planicie.<br />
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