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Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

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de algún sindicato que ya no recordaba. “El banco abrirá a las<br />

nueve”, dijo el compadre. “Aunque abra dentro de diez años, no<br />

me muevo de acá”, dijo Emiliano Luján, limpiando el <strong>su</strong>dor de <strong>su</strong><br />

frente con un pañuelo. Una fiebre lenta comenzaba a con<strong>su</strong>mirlo.<br />

Cerca del mediodía, sintió otro sofocón en la garganta. Esta vez<br />

fue más largo y tuvo que pedir el apoyo al compadre. La fila ya<br />

era corta; diez personas más y cobraría por fin <strong>su</strong> renta. Recordó<br />

los dos exilios. Sin transición se puso a compar a los gobiernos<br />

anteriores con el actual: no eran diferentes. La carta de la solapa<br />

le ardió igual que las almorranas contraídas en el destierro. Tal<br />

vez jamás podría entregarla; quizás sería mejor abrirla después<br />

de cobrar la renta.<br />

Los sofocones aumentaron en intensidad y la vista se le nubló.<br />

Ahora, la carta le dolía. No podía tragar. El rostro se le llenó de<br />

<strong>su</strong>dor. “Carajo”, dijo y se apoyó en la ventanilla de la caja. El<br />

cajero apretaba las teclas del computador y contaba los billetes.<br />

“Siguiente”, dijo sin mirar a nadie. “Siguiente”, repitió con voz<br />

neutra. “Siga nomás, mi compadre se murió”, dijo el compadre con<br />

naturalidad. Alguien arrastró a Emiliano Luján fuera de la fila.<br />

Su compadre y algunos otros jubilados sacaron el cuerpo del banco.<br />

En ese momento, el cielo empezó a despedazarse. Lo dejaron<br />

tendido en la acera; el granizo lo golpeó sin misericordia. El agua<br />

se llevó el secreto de la carta arrancando el gancho de la solapa.<br />

Nadie <strong>su</strong>po cómo el cadáver llegó a <strong>su</strong> casa, como tampoco por<br />

qué dos palomas salieron de <strong>su</strong> garganta cuando el cura daba la<br />

comunión en la misa de cuerpo presente.<br />

Muchos años después, Juana la Loca —ya centenaria— visitó<br />

la tumba de Emiliano Luján. Estaba dos bloques más allá de la<br />

tumba de Carlos Palenque. El nicho no tenía nombre ni apellido<br />

o fechas; era sólo un ventanuco con revoque de estuco y sin<br />

fotografía. Tal vez fuese ella la única que, en realidad, conociera<br />

el secreto de la carta. “La carta era el olvido”, dijo Juana La Loca<br />

en un monólogo personal. Se acercó al nicho, rezó en silencio,<br />

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