Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

¡Maldita mi suerte! ¿Qué cree? De pronto escuché una voz con
catarro a mis espaldas, increpándome: “Eh —tú— pendejito
aprendiz de Mamani Mamani ¡qué haces!”; y yo que me doy
vuelta y veo a dos uniformados de rostros cetrinos como la noche,
haciendo rebotar en sus manos unos bastones cortos listos para
partirme la madre. “¡Sal de ahí!”, me ordena el de la voz con
catarro, y yo casi me orino de miedo; pero me aguanto, a lo macho.
“¿Estás sordo o qué mierda tienes en las orejas?”, me estropea el
otro carabinero con voz mas finita. Pego el brinco a la baranda,
muy obediente, haciendo un esfuerzo y tratando de poner cara de
yo no fui.
—Disculpe la interrupción. Oigo voces que vienen desde el pasillo;
a lo mejor es mi viejo. No, falsa alarma.
—¿En dónde estábamos? Ah, ya. Entonces traté de explicarles
pero estos tipos, poniéndose intransigentes, me pidieron el carnet
de identidad y, luego nomás, uno de ellos me cacheó todo, de
arriba a abajo, mientras el otro pedía refuerzos por el handy.
Al rato apareció sobre el filo de la acera un carro patrullero
haciendo aullar la sirena y sin dejar de parpadear su único ojo
fosforescente, como si se tratara del operativo más importante
del año. De un empujón me metieron al vehículo, incluidas mis
preciadas herramientas de reconquista como prueba del delito, y
arrancaron en medio de escandalosos chirridos de gomas. Ahora sí
me jodí, pensé. “Mañana tengo mi segundo parcial de Estadística
¡qué huevada!”
El trayecto, adentro, se vuelve una película policial en blanco y
negro; afuera, un silencio espeso domina el paisaje urbano y la
ciudad parece dormitar en su inmensa hamaca de luces amarillas.
El viaje me da tiempo para darme un baño de lucidez y me
pregunto si realmente valió la pena haber actuado como Romeo
despechado.
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