Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

ecuerdo. Paulatinamente, dejó de escuchar las voces de la ciudad,
los gritos gangosos del vendedor de sal yodada, el silbato del
afilador de cuchillos, la voz matutina del canillita y el choque de
los jarrones de las lecheras que, por un dinerito extra, vendían
leche de burra para curar la tuberculosis. La promesa le pesó más
que los años. Sólo tenía el sobre ajado de la carta, liviana como
los pensamientos, y la frase final de quien le asignara tan extraña
encomienda: “Yo soy la flor que marchitó el olvido”.
Hasta el día de su segunda muerte no se atrevió a abrir el sobre.
En el pasado había quedado su anterior vida de ujier y amanuense
del gobierno. Emiliano Luján sobrellevaba la vejez pasando sus
mañanas en las plazas y tomando raspadillos de limón; viendo a los
niños corretear, algodones azucarados en mano; a los enamorados
entrelazados en las bancas, a los desocupados ofreciendo servicios
de plomería y albañilería, o a los mendigos que estallaban en rezos
o proferían maldiciones, según fuese la cantidad de limosna que
caía en sus sombreros colocados a ras del piso.
En las tardes se distraía viendo alguna entrada folklórica de
bailarines, presteríos, bautizos y matrimonios de novias que
parecían tortas de merengue junto a sus esposos con caras de luto.
En una de esas tardes, Juana la Loca le dio una piedra para que
comprara pan. Al recibirla en su mano, Emiliano Luján entendió
de golpe que debía tramitar su jubilación, aunque nadie le creyera
vivo.
Dejó de pensar en la carta que debía entregar y se enfrentó con el
papeleo burocrático y los funcionarios públicos. Tuvo que hacer
varias filas: primero, para legalizar su existencia ante laAsociación
de Muertos con Certificado (AMC); luego, en la Asociación de
la Asociación de Muertos con Certificado (AAMC). Sus días se
convirtieron en un ir y venir entre largas filas, de espera en espera,
inscribiéndose en asociaciones y sindicatos para poder acceder a
la renta tan ansiada.
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