Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine
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“Violador múltiple ataca a <strong>su</strong> treceava víctima, una anciana de<br />
85 años”<br />
92<br />
“Aluvión deja sin techo a 25 familias”<br />
“Asalto con muerte: “Apuñalan a colegiala por<br />
estuche confundido con cartera”<br />
Claro, eso era crónica roja; pero no lo <strong>su</strong>ficientemente roja. Gracias<br />
a un contacto en la policía, pude estar presente mientras arrestaban<br />
al violador: el muchacho de dieciséis años era nieto de la víctima.<br />
La anciana no presentó cargos. El chico era <strong>su</strong> único pariente y,<br />
además, los mantenía a ambos. Jamás había cometido un delito;<br />
no tenía ningún vicio. Sus únicos pecaditos: la primera borrachera<br />
acompañada de la consiguiente explosión hormonal seguida de<br />
violación y que la policía anduviese buscando a un criminal “para<br />
titulares” y así justificar <strong>su</strong> infructuosa y verde olivo existencia,<br />
pero eso ya es noticia vieja. La abuela lloró desconsoladamente<br />
cuando dictaron la sentencia de <strong>su</strong> nieto: quince años para él y el<br />
Asilo de Ancianos para ella. La ley era irreductible.<br />
El aluvión, las lluvias —eso no era noticia. Sucedía lo mismo<br />
cada año y a la misma gente. Cuando entrevistaba a los padres, las<br />
niñas —tan felices como podían— sacaban del zaguán un pequeño<br />
bote de madera que construyera el abuelo hacía ya cuatro años;<br />
habían esperado un año entero para otra temporada de lluvia. A mis<br />
espaldas, los vecinos daban una entrevista a un canal de televisión<br />
mientras gritaban improperios contra el alcalde y el prefecto. Como<br />
es habitual para el armado de las noticias meridianas, nadie dijo<br />
que las casas arrasadas eran construcciones ilícitas.<br />
A la niña la asaltaron cruzando la calle, cuando me dirigía al<br />
restaurante de costumbre para almorzar; el asaltante, teniéndola<br />
del brazo me miraba a los ojos mientras registraba el estuche<br />
de lápices. No apuñaló a la niña hasta cerciorarse de que sólo<br />
traía cuatro bolivianos en monedas de cincuenta. Luego se fue