Para Blanca Coaquira (Donde quiera esté su reino) - Tres Tribus Cine

descubrimientos, se repiten los nombres de las avenidas, nacen
puntos de metro y se mueren. Ayer ha comenzado en la venta de
ropa barata y, esta mañana, en el cambio de dólares.
Trato de que todas las caminatas finalicen en el Arco del Triunfo,
racionalizo un fortuito encuentro.
Los parisinos son lo suficientemente franceses como para
distanciarse de alguna equivalencia en el rostro. Nadie se le
aproxima, me queda poco de ella en la mente y lentamente se aleja
en los intentos de hallarle.
En la intersección anterior al Metro, un hombre mueve el hombro
y rehúsa un contacto. Tiene la misma ropa, cambia la bufanda
y los zapatos parecen nuevos. Jasmina me mira. Baja las cejas
redescubriéndome.
El hombre se va.
Débiles
— ¿Eres el profesor? Empieza un nuevo juego.
— ¿Sí, te acuerdas de mí? Entro en él.
— Sí, sí, me acuerdo de ti… ¿todo bien?
— Bien, caminando después del trabajo.
Disimulo el ansia, la suerte, observo con mayor detalle. En el
silencio precedente desde su incomodidad, quiebro el desequilibrio
y levanto su mano. Vulnerable, sigue el transcurso del movimiento
hasta llegar a juntar las muñecas en la misma dirección.
Compartimos la diminuta cuerda hilada en trenza.
Reímos. En tres segundos Jasmina, avergonzada, justifica su
compra. Para ella es innecesario sentirse obligada y adornar el
cuerpo de París. Sin esperar dice que es el regalo de un viejo
amigo. Por ahora nuestro amigo.
Caminamos dos veces sobre la acera hasta L’Étoile. Nuevamente
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