FINAL-VISIÒN_EDUCATIVA_17
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significativa y la construcción de nuevas oportunidades de aprendizaje. Dichos<br />
autores son Elliot Eisner (1998, citado por Flórez, 1999) y Yolanda Argudín (2005).<br />
El primero se destaca por confiar en la evaluación como un estilo cualitativo<br />
donde el conocimiento existe para ser apreciado por el propio yo. Según Eisner, la<br />
cognición guía al educando para interpetar y atribuir significados a ese cúmulo de<br />
información que pretende ser transferida a determinados contextos. Es casi como<br />
un signo de un conjunto de síntomas que sólo deben ser consensuadas por la<br />
experimentación. Por ejemplo, un alumno de educación secundaria ha<br />
memorizado las fórmulas de la materia de “Física”, pero la docente le pide que él<br />
mismo observe su medio ambiente y elabore problemas hipotéticos que puedan<br />
ser resueltos por él y otros compañeros. Así el alumno recurre a los libros, pero<br />
también busca, ingeniosamente, situaciones donde la física esté presente en el<br />
sentir cotidiano de la comunidad académica. Una vez plasmados estos ejemplos,<br />
la docente le solicita estar atento a cómo resuelven sus compañeros estas<br />
incógnitas y, después, el mismo alumno debe ligar estas fórmulas con los<br />
próximos temas de la asignatura en un destacado intento por multiplicar la<br />
transferencia. Desde esta perspectiva, se utilizó el mapa de orientación que<br />
propone Eisner, de lo particular a lo general. Así es más sencillo “juzgar la calidad<br />
y el valor de la educación que reciben los jóvenes mediante imágenes o patrones<br />
variados de enseñanza que permitan comparar y distinguir diversos grados de<br />
excelencia, identificar, seleccionar y valorar lo que se observa” (Flórez, 1999, pg.<br />
91).<br />
Como práctica cualitativa, la evaluación del alumno debe ir ligada a la<br />
evaluación y autoevalución del profesor, por lo cual definen qué es lo que cuenta<br />
en conocimientos y actitudes para ambos sujetos cognoscentes. Eisner (1998,<br />
citado por Flórez, 1999) afirma con seguridad que los alumnos son un espejo de<br />
evaluación así como el maestro lo ha sido para ellos. Según Eisner, las escuelas<br />
cambiarán al momento en que modifiquen sus formas de evaluación, por lo tanto,<br />
cuando es congruente con las necesidades del alumno es posible lidiar con los<br />
conflictivos embates del grupo que exigen una norma inflexible y rígida para todos<br />
ellos y también se eliminan los punitivos criterios del profesor.<br />
En tanto, Argudín (2005), basada en el estilo competitivo – empresarial,<br />
aclara que la mejor disposición de una evaluación por competencias es el<br />
análisis del proceso y las evidencias. El proceso detalla el inicio del trabajo, su<br />
planeación, flexibilidad del alumno y el uso de sus habilidades mentales. Su<br />
intermedio y finalización quedan plasmados, especialmente, en el uso del<br />
portafolios. Éste es un espacio físico visto en un expediente, caja o cuaderno<br />
donde el alumno deposita todos sus trabajos para que pueda contrastar su propio<br />
trabajo, de manera inmediata o futura. También es válido el uso del diario,<br />
esquemas mentales, cuadros sinópticos, representaciones gráficas, entre otros<br />
para lograr el gran mérito: la evaluación como evento de aprendizaje, pues el<br />
alumno reitera y moviliza sus conocimientos a modo de actitud y ejercicio<br />
crítico.<br />
El único obstáculo que frena la síntesis de Argudín (2005) es la repetición<br />
de los simulacros, coyuntura que la SEP desecha en sus nuevas reformas y exige<br />
REVISTA VISIÖN <strong>EDUCATIVA</strong> IUNAES<br />
Vol. 8, No. <strong>17</strong> Abril de 2014 a Septiembre de 2014<br />
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