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on teniendo una ubicación cada vez más precisa dentro de los templos cristianos y para<br />

la conservación de las reliquias empezaron a confeccionarse unos estuches o cofres<br />

cada vez más artísticos y lujosos, que la gente empezó a identificar con la propia palabra<br />

“relicario”, identificando al contenedor con el contenido.<br />

Y estos cofres valiosos y ricamente ornamentados, sumados a múltiples ofrendas,<br />

exvotos, tejidos y obras de orfebrería litúrgica y muchos otros objetos, en conjunto,<br />

fueron albergados y conservados dentro de los templos como nuevos “tesoros”, ya<br />

no contabilizable por su valor de cambio sino por su valor religioso.<br />

Así, a lo largo de la Edad Media se fueron formando colecciones inspiradas por<br />

la devoción y por el culto, y en los primeros siglos del segundo milenio numerosos templos<br />

destinaron espacios especiales para conservar y exhibir restringidamente<br />

“Tesoros”, como el de la Sainte Chapelle de París o el de Catedral de Girona, España,<br />

por sólo nombrar dos ejemplos muy destacables.<br />

El Hospital llega a América<br />

Patrimonio Cultural Hospitalario<br />

En 1985, los doctores Washington Buño y Rosa Buceta de Buño, médicos e historiadores<br />

de la medicina uruguayos, publicaron un interesante libro titulado “Aspectos<br />

médicos e higiénicos del “Viaje de Turquía” (1557)” (Montevideo, Ediciones de la<br />

Banda Oriental, 1985). El “Viaje de Turquía” es un relato anónimo del siglo XVI. Narra<br />

un viaje involuntario a Constantinopla, hecho a mediados de siglo, por un tal Pedro de<br />

Urdemalas, “un culto caballero vallisoletano prisionero de los turcos que lo forzaron a<br />

remar en sus galeras; que permaneció cautivo por tres años en aquella ciudad, alcanzó<br />

a ocupar importantes cargos hasta llegar a ser médico de la Sultana, logrando luego la<br />

libertad en inverosímil evasión”. Apenas esclavizado como galeote, ya había ensayado<br />

fingir ser médico para aliviar su condición, y empleando su saber general y unos trucos<br />

capaces de superar la ignorancia de los demás, logra asimilar sus recomendaciones a las<br />

que cualquier médico verdadero de la época hubiera indicado en similar circunstancia,<br />

siendo tal la falta de certezas científicas todavía en aquella época. Urdemalas, así infiltrado<br />

en el ambiente oriental, van pintado el cuadro de la medicina de su tiempo e incluso<br />

de aquello que por entonces era, en realidad un hospital. De la mano de don Pedro,<br />

podemos darnos una idea de aquel mundo en que las buenas intenciones todavía no<br />

habían podido sacar a la medicina de la intuición y lanzarla hacia la sistematización<br />

científica. Nada había en aquellos hospitales, de los cuales quedan pocos como el de<br />

Divrigi, en Anatolia, construido como parte anexa a la Gran Mezquita. “Ningún enfermo<br />

acudiría, en el siglo XVI –escriben los doctores Buño-, a un hospital para buscar alivio<br />

a sus males”. Los hospitales eran otra cosa: asilos religiosos, obras de caridad, pero<br />

sin medicina.<br />

Turquía era un confín. Para los europeos del siglo XVI, lo turco era extraño.<br />

Cuando llegó el maíz americano, los italianos lo llamaron “grano turco”. Y si en el<br />

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