La <strong>Virgen</strong> María, página 112mujer con el hombre está profundamente ligada con la de hacer del hombre mismo, segúntoda su naturaleza, el propio autor de su redención.” 197No queremos negar que en estos pensamientos hay algo conmovedor. Es difícil discutirfríamente sobre el dolor de la madre de Cristo, de cualquier otra madre, y el quererseñalar límites a la valoración del mismo puede parecer poco humano y comprensivo. Ysi hubiera que construir desde el principio una teoría de la redención mediante la ofrendade Dios del sufrimiento humano más alto posible, habría que tener en cuenta estospensamientos. Pero no es ese el problema. El problema es saber qué valor tienen estospensamientos desde el punto de vista cristiano, es decir, del punto de vista del evangelio.Ahora bien, no hay nada, ni en el evangelio, ni en las expresiones de fe de la Iglesiaantigua que dé pábulo a la idea de que a la perfecta humanidad de los sufrimientos deCristo pueda o deba agregarle algo el dolor de su madre. Esta misma consideración de lossufrimientos de Cristo en términos de emoción humana, esta evaluación psicológica omoral, que quiere ver en los sufrimientos de Cristo la totalidad, por lo menoscualitativamente, del dolor humano, y por consiguiente no puede concebir la ausencia deldolor materno, está ciertamente de acuerdo con la piedad católica de la Contrarreforma, yen parte también del catolicismo medieval, con su culto a la cruz y de las llagas de Cristoy con la veneración (más reciente) de la Mater dolorosa; pero en la antigua concepciónclásica de la redención, la muerte de Cristo en la cruz salva al mundo no porque asumasobre sí la perfecta totalidad de los sufrimientos humanos, sino porque es la muerte delHombre-Dios, porque en la cruz dios mismo en la persona de Hijo, asume sobre sí lacondenación del hombre y la anula. En este misterio sacrosanto, la calidad psicológicadel sufrimiento carece de todo peso. Cristo no redime al mundo porque ha sufrido mucho,o todo el sufrimiento posible, sino porque es vere homo et vere Deus: una vez más, sepresenta inevitablemente la fórmula de Ireneo. Evidentemente, no hay nada que puedaparangonarse, igualarse, agregarse a esta calidad de los sufrimientos de Cristo, porque nose trata aquí de un más no de un menos, de una totalidad <strong>completa</strong> o in<strong>completa</strong>, de unsufrimiento masculino o femenino, filial o maternal, solitario o común ; lo que hay aquíes un salto cualitativo de lo humano a lo divino, y no hay ninguna relación de parentela,ninguna maternidad divina, ningún mérito de congruo que pueda colmar el hiato entre lodivino y lo humano.También el pensamiento de que conviene asociar la mujer al hombre en la redencióncomo lo están en el pecado, merece atención en sí. San Bernardo lo había ya formuladoen una brillante paradoja : “Era más conveniente que en nuestra reparación estuviesenpresentes el uno y el otro sexo, puesto que ninguno había estado ausente en nuestracorrupción.” 198 Pero bastante antes que Bernardo, y bastante más sistemáticamente, estemotivo había sido desarrollado por la gnosis : precisamente es un principio fundamentalde la gnosis, que las manifestaciones de lo divino, sea en el mundo inteligible, sea en éstenuestro mundo sensible, se concretan en parejas bisexuales. Y tal vez ningún análisis deestos pensamientos supere en fineza, desde el punto de vista psicológico al que hace197 R. P. Nicolas, O. P., La doctrine de la corédemption dans le cadre de la théologiegénerale de la rédemption, en Marie coréemptrice, pp. 120-121.198 Sermo in Dominica infra Octavam Assuptionis, cit.
La <strong>Virgen</strong> María, página 113Ludwig Feuerbach en Esencia del cristianismo. Afirma él, en su visión radicalmenteinmanentista (es decir, atea) de la religión, que el culto de la <strong>Virgen</strong> María esprecisamente la proyección y simbolización de los sentimientos femeninos de amor ycompasión, y que a este título no puede faltar una figura femenina en la figuración de lodivino en sus relaciones concretas con lo humano ; si bien, en la sensibilidad que debe asu ascendencia y educación luteranas, descubre que los valores femeninos de dulzura ycompasión están ya simbolizados en el Hijo. 199 ¡Esta vecindad con Feurbach debierahacer cautos a los mariólogos católicos!En realidad, no hay el más mínimo indicio de que el evangelio o la cristiandad apostólicasintieran alguna necesidad de introducir un símbolo de la femineidad como tal en ladoctrina de la redención ; evidentemente, para aquellos, la humanidad de Jesús erasuficientemente rica, suficientemente universal, para contener lo mejor de lo humano :hombre y mujer hallaban en él el espejo plenamente suficiente del amor infinito delPadre. La Iglesia del siglo II rechazó sin vacilar las especulaciones gnósticas sobre elprincipio femenino en la redención como una herejía derivada de conceptos paganos;pero parece fatal que la mariología reintroduzca en la Iglesia, en forma atenuada, muchoselementos de herejías que ésta condenó en otra épocas.Y esto habría que decirlo también, mal que le pese al P. Nicolás, de la tendencia que sediría humanista, y por consiguiente en el fondo pelagiana, que se trasluce en suevaluación del sacrificio de la cruz como una ofrenda a Dios del dolor humano, del dolorde toda la humanidad, personificada en Jesús y María. Parecería, por la cita que hemostraído, que el hombre se redimiera a sí mismo en la cruz, sufriendo voluntariamente, y lamujer con él; la idea de la necesaria presencia de la mujer está vinculada al principio de“hacer del hombre mismo, según toda su naturaleza, el propio autor de su redención.”¡Precisamente porque el hombre se redime a sí mismo es que debe estar presente lamujer! Esta sí que es una interpretación inmanentista que probablemente Feuerbach nohubiera despreciado.No queremos bromear. Ningún pensamiento más lejos de nosotros que el de juzgar lateología de un hombre por una sola frase, de sabor paradójico, destacada del contexto :con todo, este concepto humanizante, por cierto, accesible al público lego de hoy, sobretodo al hombre de izquierda, en último análisis no es otra cosa que la expresión extremade la doctrina de la salvación por las obras realizadas por la gracia infusa merecida decongruo, que domina en el catolicismo desde el Concilio de Trento. Es tambiéndemasiado evidente que ésta se presta a una interpretación humanista, ¿pero qué sucedeen ella con el auténtico mensaje cristiano? Tal vez sea superfluo recordar que en ladoctrina de la redención como se delinea en el Nuevo Testamento, y como fue fijada porla Iglesia antigua y medieval, no es el hombre quien se salva a sí mismo ofreciendo aDios el dolor de toda la humanidad concentrado en una persona, sino es Dios quien salvaal hombre, tomando sobre sí el dolor y la culpa del hombre. En este concepto no se ve, enverdad, la necesidad de la presencia de una persona femenina junto al Redentor ; porque199 Ludwig Feurbach, L’essenza del Cristianesimo, ed. Por A. Banfi, Universaleeconomica, Milán, 1949, p. 70.
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