La <strong>Virgen</strong> María, página 142la verdad : que para la Iglesia romana el criterio de verdad coincide con las exigencias desu dominio espiritual ; y que no es la primera vez que la Iglesia convalida con un golpede fuerza de su autoridad un error histórico o dogmático.Aquellos que, esperando contra toda esperanza, han aceptado la responsabilidad deldiálogo con el catolicismo romano, animados por una exigencia de unidad que no atenúaen nada la claridad de su conciencia confesional no romana, continuarán sin duda, comode hecho lo están haciendo, en una tarea emprendida. Pero continuarán sin alegría, y conun vigilante sentido de responsabilidad. Sabían desde el principio que el camino estabasembrado de obstáculos humanamente insuperables. El dogma de la asunción es paraellos un obstáculo más ; y de ninguna manera el más grave. Subsiste el escándalo de queeste obstáculo haya sido puesto en el camino, casi a propósito, precisamente en estemomento. Escándalo que no será fácil de superar.La <strong>Virgen</strong> MaríaApéndice 2LA FIESTA DE MARÍA REINALa fiesta de María Reina, instituida por el papa Pío XII con la encíclica Ad caeliReginam, de fecha de octubre de 1954, día de la fiesta de la Maternidad de laBienaventurada <strong>Virgen</strong>, 250 forma parte de las celebraciones marianas del centenario de ladefinición de la Inmaculada Concepción (1854-1954), y aparece como la conclusión de laobra de Pío XII a favor de la piedad mariana y de su difusión en el mundo.La institución del nuevo culto por medio de una simple encíclica demuestra que, a juiciodel supremo magisterio, ella no implicaba la definición de ninguna doctrina nueva; sereataba solamente de insertar en el calendario litúrgico la celebración de uno de losprivilegios de María <strong>Virgen</strong>, que desde épocas remotas formaba parte de su dignidadsobrenatural. Pero la estructura del documento pontificio, particularmente en lademostración bíblica y tradicional es tan semejante a la de la Bula MunificentissumusDeus, que merece un intento de análisis crítico al finalizar este tomo.Este intento se justifica también por otra razón. El tema de la realeza de María ha sidotratado en este libro, en el capítulo IV, desde el punto de vista sobre todo de la historia delas religiones. Aquel capítulo es pues el único del libro en el cual, apartándonos delmétodo rigurosamente histórico-dogmático, nos hemos permitido una incursión en elmundo seductor del sincretismo mediterráneo y de la gnosis. Digresión que era necesariapara situar el culto de la <strong>Virgen</strong> María, y no solamente el concepto de su dignidad real, en250 Pío XII, Encíclica Ad Caeli Reginam, 11 de octubre de 1954. Acta Apostolicae Sedis,vol.,46, N. 15, págs. 625-640. La traducción italiana que citamos es la que fue publicada porCiviltá Cattólica, el 6 de nov. De 1954, págs. 257-269.
La <strong>Virgen</strong> María, página 143el cuadro más amplio de la historia religiosa del mundo antiguo; pero a consecuencia deello, faltó la exposición de los textos, del desarrollo dogmático y de la justificaciónteológica de esa “dignidad”. La encíclica Ad caeli Reginam nos ofrece la ocasión dellenar esa involuntaria laguna, recurriendo a una fuente de gran autoridad.La encíclica comienza afirmando en su exordio que “desde los primeros siglos la Iglesiacatólica y el pueblo cristiano han elevado súplicas, oraciones e himnos de alabanza y dedevoción a la Reina del cielo”, la cual “preside el universo con corazón maternal, comoque está coronada de gloria en la bienaventuranza final” (par. 1). Prosigue el exordiorecordando los anteriores reconocimientos marianos de Pío XII, que culminaron en ladefinición de la Asunción el 1º de noviembre de 1950, y recuerda la coronación de la<strong>Virgen</strong> de Fátima, definido por el papa mismo como el mensaje de la “realeza” de María.La dignidad real de María, prosigue la encíclica, no es una nueva verdad propuesta alpueblo cristiano; en consecuencia, la exposición del documento papal no quiere hacerotra cosa que recordar cosas sabidas, porque están expresadas en todos los tiempos, en losdocumentos antiguos de la Iglesia y en la sagrada liturgia.Y sobre todo, la prueba bíblica. Esta está reducida, se puede decir, a la mínima expresión,y se limita a establecer la dignidad real de Cristo. El es aquel, que según el anuncioangelical, “reinará sobre la casa de Jacob para siempre” (Lucas 1:32), el que según elprofeta Isaías (9:6) es anunciado como “Príncipe de paz”, y el que en el Apocalipsis esaclamado como “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16).Otros pasajes, que a veces se citan, son dejados de lado intencionalmente por la encíclica:el Protoevangelio (Génesis 3:15) entendido en sentido mariano, la esposa real del Salmo45 (Vulg. 44L10), y los “tipos” de la Reina celestial, como la madre de Salomón, Betsabé(1º Reyes 2:19) y Ester (2:17; 5:3). 251Esta sibruedad de la encíclica constituye un progreso exegético; pero al mismo tiempoevidencia la importancia menor que se atribuye a la prueba bíblica en el catolicismoactual. Basta qye una doctrina pueda conectarse indirectamente a algún elemento bíblicoseguro, en el cual pueda considerarse como implícitamente contenida; el número de lascitas no tiene importancia. La demostración surge ágilmente, se evitan las fatigosasinterpretaciones tipológicas o alegóricas, y todo el razonamiento es más accesible allector lego y a la multitud de los fieles. Pero la Sagrada <strong>Escritura</strong> pasa asimismo a unrango proporcionado a la tenuidad de los elementos de prueba que se le piden. Seríademasiado decir que desaparece del todo; pero ahora está claro que el peso de la pruebase transfiere a alguna otra parte.En el caso presente, el broche bíblico es, pues, la realeza de Cristo. La realeza de Maríase deducirá de ella en la forma más simple : la madre del rey debe estar revestida de unhonor excepcional. Este honor es una dignidad real. Se podría decir, y no se vea ningunairreverencia en esta formulación abreviada: la madre del Rey es la Reina madre.251 Están recogidos y comentados en P. Gabriel M. Roschini, Mariología, II, 1, p. 429.
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