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Virgen Maria completa - Escritura y Verdad

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La <strong>Virgen</strong> María, página 71(restat ut conceptum in utero iam existens santificationem accpisse creatur), la cual,echado fuera el pecado, tornó santo su nacimiento, pero no su concepción. Por tanto, si leha sido concedido a unos pocos hijos de los hombres nacer con santidad, no les ha sidoconcedido ser concebidos tales: a fin de que a uno solo le estuviera reservada la santidadde la concepción, a Aquel que vino a santificar a todos, y viniendo sin pecado debíacumplir la purificación de los pecadores. Solamente el Señor Jesús, pues fue concebidodel Espíritu Santo, porque sólo él es santo antes y después de la concepción. A excepciónde él. a todos los hijos de Adán se aplica lo que uno de ellos confesó humilde yverazmente a sí mismo: “En maldad he sido formado y en pecado me concibió mimadre”. Siendo así las cosas, digo, o se afirmará que es santa una concepción que no esdel Espíritu Santo, por no decir que es del pecado, o se festejará una concepción que noes santa. La gloriosa se pasará de buena gana sin este honor, con el cual parece honrarseel pecado, o revestirla de una falsa santidad. Por lo demás, no le agradará por ningunarazón una novedad realizada arbitrariamente, contra los ritos de la Iglesia, aquellanovedad que es madre de la temeridad, hermana de la superstición, hija de la ligereza. ¡Siasí se deseaba, se debiera haber consultado primero la autoridad de la Sede Apostólica, yno seguir así, con inconsulta precipitación, la simpleza de unos cuantos incompetentes!Sabía ya antes que existía entre algunos este error, pero fingí ignorarlo, para guardar unadevoción que provenía de sencillez de corazón y del amor a la <strong>Virgen</strong>. Pero habiendodescubierto esta superstición entre los sabios, y en una Iglesia famosa y noble, de la cualespecialmente soy hijo, no sé si hubiera podido ignorarla sin grave ofensa de todosvosotros. Esto sea dicho sin perjuicio de un juicio mejor. Remito todos esto en particulara la autoridad y al examen de la Iglesia Romana, como las demás cuestiones similares,siempre pronto a revisar mi juicio.” 116Hemos citado casi íntegramente esta célebre epístola, tanto por la autoridad del hombrede quien proviene como por la claridad con que plantea la cuestión en los términos en quehabría de quedar toda la Edad Media y la época de la Contrarreforma, hasta la definiciónsolemne de 1854, acerca de la cual cabe preguntar si habría satisfecho la deferenteapelación del santo al juicio de la Iglesia.Bernardo de Clairvaux es considerado con justicia como uno de los mayores promotoresde la piedad mariana del siglo XII: es, también en esto, el típico representante de su siglo,al cual no son extraños los motivos secretos de la idealización de la mujer, presente en elhombre nuevo, después del año mil; él une en un solo amor la mística de Jesús y laveneración de su Madre, y el ideal caballeresco de los Templarios, al servicio de laIglesia de la Santa <strong>Virgen</strong>. Sus objeciones a la novedad teológica y litúrgica de laInmaculada Concepción no derivan, por cierto, de tibieza hacia la <strong>Virgen</strong> María. Serelacionan con dos principios fundamentales de la fe cristiana: el concepto agustinianodel pecado, y la exigencia de que la honra de María no venga a disminuir la posición deabsoluta singularidad del Salvador; a lo que se puede agregar, en cierta medida, laimpaciencia del hombre de gran cultura y del genio religioso, por las devocioncillas116 Bernardo de Clairvaux, Epistula 174 (172) ad Canonis Lugdunenses. Citamos laedición de París, al cuidado de Mabilloin, 1839, vol. I, col. 389-393.

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