La <strong>Virgen</strong> María, página 78la Iglesia o a la autoridad de la <strong>Escritura</strong>, paréceme probable que se deba atribuir a Maríala más excelente.” 126 Por esto los mariólogos modernos, como Roschini, no consideran aDuns Scoto como el autor de la demostración teológica de la Inmaculada Concepción,sino solamente de su posibilidad. Pero otros, antes y sobre todo después de él, expresancon mayor certeza lo que el gran dialéctico consideraba solamente como una opciónprobable. Y el camino de la elaboración del dogma es siempre el que ya hemosobservado, y que volveremos a encontrar en otras definiciones mariológicas: primeroafirma la posibilidad de la doctrina presentada (y a este respecto, la demostración es la deScoto); después se afirma la “congruencia” de la misma, o su “conveniencia”: era justo;era conforme a la dignidad de María, a la piedad filial de Cristo, a la justicia de Dios queasí sucediese; finalmente, se pasa a la afirmación de la verdad de hecho de la doctrinapropuesta. Dios podría preservar a María del pecado original. Ahora bien, era“conveniente” que lo hiciera. Luego, lo hizo. Potuir, decuit, fecit. Así se construyen losdogmas en el catolicismo: así ha sido construida, según lo admiten los mariólogoscatólicos toda la mariología. 127No entra en el plan de este libro seguir la gran controversia de los siglos XIV y XV, queenfrentó a franciscanos y dominicos, y en el cual se puede decir que tomaron parte “cieloy tierra”, porque las concepciones teológicas opuestas recibieron las sancionessobrenaturales, y sin embargo no concordantes, de las visiones de Santa Brígida,favorable a los franciscanos, y de Santa Catalina de Siena, fiel a los dominicos. El teatroprincipal de la lucha, en el terreno histórico, fue la Universidad de París, que fueperturbada en 1387 por los ataques contra la doctrina escotista de la Inmaculada, de Juande Montesono, el cual fue condenado por no menos de trescientos teólogos; mientras enla misma Universidad, los bien conocidos y cultos propugnadores de las tendenciasconciliaristas, Pierre d’Ailly y Juan Gerson le son favorables: debilidades de “modernos”,inclinados a la crítica del tomismo. El concilio reformador de Basilea, en 1438, sancionóla Inmaculada Concepción como doctrina “pía y en consonancia con el culto de la Iglesia,con la fe católica, con la recta razón y con la sagrada <strong>Escritura</strong>”: empero el concilioacababa de ser condenado por el papa Eugenio IV, por sus atrevimientos anticurialistas, yla definición no pudo ser considerada como válida; tuvo, sin embargo, una notableeficacia en las naciones que recibieron los decretos del concilio. En 1476 128 el papafranciscano Sixto IV sancionó la fiesta de la Inmaculada, dotándola de indulgenciasespeciales, y como su decreto no bastó para hacer cesar la oposición, que se levantóvivísima en la persona del general de los dominicos, Vicente Bandelli, en 1483prohibió, 129 bajo pena de excomunión, que en las discusiones de dicha doctrina, todavíano definida por la Iglesia, los adversarios se acusaron recíprocamente de herejía o deimpiedad. En 1496 la Sorbona obligó bajo juramento a sus profesores a no enseñar contrala Inmaculada Concepción, y 112 doctores prestaron inmediatamente esa especie dejuramento antimodernista al revés, ya que precisamente se obligaron a sostener la opinión126 Lugar cit, dist. 3, qu. 1.127 Cf. Roschini, Mariol., II, 2, pp. 59, 63-64, 69, 87. Estas citas se refieren únicamente ala Inmaculada Concepción.128 Constitución, Cum proexcelsa, 28 de febrero de 1476. Denz, n. 734.129 Const., Grave nimis, 4 de setiembre de 1483. Denz. N. 735.
La <strong>Virgen</strong> María, página 79“moderna”. En el Concilio de Trento, franciscanos y jesuitas hicieron una tentativa paraobtener la definición de la Inmaculada, pero los legados papales la hicieron fracasar, portemor a que se produjera un cisma. El concilio se limitó a declarar que no entendíacomprender a la <strong>Virgen</strong> María en su definición del pecado original, y que confirmaba lasdisposiciones de Sixto IV. 130 En los siglos XVI y XVII, por influencia de la Reforma y,en Francia, del Jansenismo, la intensidad de las discusiones experimentó un avivamiento,y llegaron a tanto que Pablo V debió prohibir toda discusión pública de tan debatidoasunto, y Gregorio XV extendió la prohibición a las discusiones privadas. Pero entretanto el culto de María no cesaba de extenderse, y en 1661, Alejandro VII definió elobjeto de la fiesta declarando pía y antigua creencia que “el alma de María, en el primerinstante de su creación e infusión en el cuerpo, por gracia y privilegio especiales de Dios,en consideración de los méritos de Cristo, fue . . . preservada inmune de la mancha delpecado original;” 131 y Clemente XI, en 1708, extendía la festividad de la InmaculadaConcepción a toda la Iglesia. Benedicto XIV, siendo todavía cardenal Lambertini, buscóuna vía media entre las opiniones encontradas, distinguiendo entre la concepción activa yla pasiva de María, y reservando para la segunda la inmunidad del pecado original. Ladistinción es importante, porque sobre esa línea terminó por llegarse a un acuerdo entrelos teólogos. Los teólogos católicos distinguen una concepción “activa”, que es elcomienzo de la vida en el feto (el ser concebido); y en éste distinguen un momentoinicial, el principio de su vida física, y un momento final, en el cual es infundida el almaracional en el organismo fetal suficientemente desarrollado (quien dice en el tercer mes,quien antes); este es el momento de la “animación”. Ahora bien, como hemos visto, unode los aspectos de la discusión era precisamente si María había sido santificada antes odespués, en el instante mismo de la animación. Lambertini se pronunciaba en favor deesta última solución que, como hemos visto, había sido sancionada anticipadamente porAlejandro VII. 132Pero habría de tocarle proclamar el dogma de la Inmaculada, al papa romántico, Pío IX,que desde su juventud tenía motivos particulares de reconocimiento hacia la <strong>Virgen</strong>María, habiendo sido sanado por ella de una enfermedad que lo hacía inepto para elsacerdocio, y que en la crisis revolucionaria de 1848 le había atribuido su salvaciónfísica. De su refugio en Gaeta, lanzó el 2 de febrero de 1849 una encíclica interrogando alos obispos acerca de la oportunidad de la definición dogmática de la Inmaculada. Cercade dos tercios de los consultados se manifestaron favorables; el otro tercio no faltaronserias admoniciones contra la declaración como verdad dogmática y revelada de lo queera solamente una piadosa creencia de la Iglesia. Pero la inclinación personal delpontífice, a la que se agregaban las presiones de los jesuitas y el peso de la mayoría de lasrespuestas, prevaleció sobre las últimas resistencias. El 8 de diciembre de 1854, en SanPedro, Pío IX, ocupando solemnemente el trono, con la triple tiara sobre la cabeza, alruego del decano del colegio cardenalicio, que le rogaba definir la doctrina de laInmaculada, respondió solemnemente pronunciando y definiendo que “la doctrina segúnla cual la bienaventurada <strong>Virgen</strong> María, en el primer instante de su concepción, por130 Sesión V, de peccato orig., n. 6, Denz, n. 792.131 Bula, Sollecitudo omnium, 8 de diciembre de 1661. Denz, n. 1100.132 Ver la vívida exposición de Steitz en Real. Encycl., 2º ed. 1881, art: María.
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