ancio, lo mismo que las otras obras primerasmías, que la moda de las novelasle proporcionase una buena venta y may°r Publicidad. ¡Pero no importa! Así ytodo, es ese mi libro, preferido, no desdeel punto de vista literario, sino porqueme recuerda las mejores horas de mi juventud:carcajadas, embriagueces, carasamigas que no volveré á ver.Hoy Móntauban está desierto. La queridamamá murió; sus hijos, cada unopor su lado; el vino de Cháteauneuf seagotó. Si volviese á ir por allí, no encontraríaá nadie. Sólo los pinos, según medicen, han crecidomucho;ysobrela orlaque forman sus copas,mi molino, con nuevaslonas , semejanteá corbetaque navegaá toda vela,mueve sus aspascomo poetavuelto á larealidad, comosoñador vuelto ála vida.MI PRIMER ESTRENO¡Oh! ¡Cuánto tiempo hace de eso! Estabalejos, muy lejos de París, en plenaalegría, en plena luz, al extremo de laArgelia, en el valle del Chelif, un díahermoso de Febrero de 1862.Una llanura de treinta leguas de extensión,limitada á derecha é izquierdapor una doble línea de montañas, transparentesen medio de la bruma color deoro y violetas, como la amatista. Lentiscos,palmeras enanas, torrentes secos,cuyo pedregoso lecho se ve bordeadode adelfas: de tarde en tarde una ca-
avana, un rancho, un pueblecillo árabe;allí, en lo alto, alguna ermita encalada,deslumbradora, parecida á enorme dadoterminado en media naranja; y aquí yallá, en llanura bañada por un sol abrasador,movedizas manchas sombrías,que son rebaños, y que cualquiera tomaría,á no ser por el azul inmaculado delcielo, por grandes nubes en precipitadamarcha.Habíamos estado cazando toda la mañana;además, como el calor de aquellatarde era terrible, mi amigo el bajáBualem había plantado la tienda decampaña. Uno de sus lados, levantado ysujeto por cuerdas atadas á unas estacas,formaba una marquesina; todo elhorizonte entraba por aquella abertura.Delante de nosoti"os los caballos, trabados,estaban inmóviles y con la cabezabaja; los lebreles dormían tranquilamentehechos una rosca, tendidos boca abajoen la arena; rodeado de sus pucherillos,nuestro cafetero, preparando elmoka sirviéndose de una pequeña hoguerade leña seca, de la que salía unacolumnilla de humo, y nosotros hacíamoscigarrillos sin decir una palabra,Bualem-Ben-Cherifa, sus amigos Si-Slimán,Sidi-Omar, el agá de los Atafes yyo, tendidos en los divanes, resguardadospor la sombra de la tienda blanca,que parecía tostada por el sol y que lucía, sobrepuestas en la tela, la medialuna simbólica y la huella de una manoensangrentada, adornos obligados detoda morada árabe.¡Fiesta deliciosa que no debía de haberconcluido jamás! ¡Horas de deleiteque todavía se destacan, y después deveinticuatro años, luminosas como elprimer día, sobre el fondo ceniciento dela vida! Y véase cuán ilógica y perversaes nuestra pobre naturaleza humana: todavíahoy no puedo recordar aquellasiesta pasada á la sombra de una tiendade campaña, sin pesar y sin nostalgia,y allí (tengo que confesarlo), allí echabade menos á París.¡Sí! Echaba de menos á París, aunquehabía tenido que abandonarlo precipitadamenteporque mi salud se veía muyen peligro á consecuencia de las fatigasde cinco años de noviciado literario;
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