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co también. Un cuadro de Nittis. En elfondo, el castillo medioeval, escondidoen la sombra de opulentos árboles, y animadopor sonoros trinos y por el gorjeode las aves de lujo.Más allá volvíamos á encontrar lasflores silvestres de nuestra isla, las ramas,los sauces temblones y retorcidos,ó bien algún viejo molino, tan alto comouna fortaleza, con su puentecillo lleno deverdura, sus grandes paredes agujereadasde una manera irregular y el techocargado de palomas, con su continuaagitación de aquellas alas que parecíanestar puestas en movimiento por la maquinariadel molino... ¡Y aquel regresodejándose llevar por la corriente y cantandoaires de la tierra!... Gritos de pavoreal se oían en los ya desiertos jardines;en medio de un prado se veía el carretoncillodel pastor que se ocupaba en recogersu rebaño para encerrarlo. Asustábamosal martín pescador, el pájaroazul de los ríos pequeños; nos agachábamosá la entrada del Orge para poderpasar por el arco del puente, y de prontose nos aparecía el Sena, que envuelto enlas brumas del crepúsculo, nos daba laimpresión de alta mar.Entre tantas deliciosas excursiones meha quedado una en la memoria: un almuerzode otoño en una posada á la orilladel agua.Me parece estar viendo todavía aquellafresca mañana, el Sena agitado, triste,el campo magnífico por el silencio, yel grisecillo que á través de la niebla nosobligaba á levantarnos los cuellos de losabrigos...La posada estaba un poco más arribade la esclusa del Coudray, una antiguaparada de diligencias, adonde van á celebrarel domingo los señores de Corbeil,pero la cual no es frecuentada en latemporada de mal tiempo más que porla gente de la esclusa y los tripulantesde los lanchones y de los remolcadores.En aquel momento humeaba el guisado.¡Dios mío! ¡Qué rico olor á coles desdeque se arrimaba Uno á la puerta! «Caballeros,que tiene carne. ¿No quieren ustedessu parte?»Era exquisita aquella carne servida enun plato ordinario de barro, en un co-

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