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ELTAMBORILEROmarfil, golpea el enorme tambor, quecon su timbre temblón, con su zumbarcontinuo de cigarra, marca el compás yhace el acompañamiento de bajo al chillaragudo y alegre del pifo. ¡Tu... tu!...¡pan... pan!...París estaba lejos, y el invierno también.¡Tu... tu!... ¡pan... pan!... ¡Tu... tu!...Mi cuarto me parecía bañado por un solespléndido y perfumadocon suavesolores campestres.Creíametransportadoá Provenza,allá á orillas del mar azul, á la sombrade los álamos del Ródano; al pie de lasventanas oía yo serenatas, me imaginabaque cantaban coplas de NocheBuena y que bailaban al aire libre; ycreía ver desenvolverse la farándulabajo los plátanos llenos de hojas de lasplazas de las aldeas, sobre el polvorientosuelo de las carreteras, en las faldasde las colinas, desapareciendo para volverá aparecer cada vez más entusiasmaday enloquecida, mientras el tamborilsigue con paso lento équien está seguro de que el baile rde dejarse á la música en elve y solemne y cojeando un pococer ese movimientode ro- ' Tídilla que le esnecesario paraechar haciaadelantesuins- ¿ .truniento á ca- :";--,-••dapasoqueda.¡Todas esascosas en unatocata de tamboril!Si: y muchasotras que. talvez vosotrosno hubieraisvisto, pero queyo sí veía. La imaginación de los provcnzaleses así; es de yesca y se inflama pronto,aunque sean las siete de la mañana.Mistral había hecho bien en contar conque yo me entusiasmaría. Buisson tambiénse exaltaba. Me relató sus luchas,

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