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chacho simpático, siempre con su burlonasonrisa en los labios, medio ocultospor sus bigotes caídos, se ha ido metiendopoco á poco en la política. Concejal,luego director del Siéc/e, hoy consejerode Estado, ya no recita versos, ni llevachalecos de terciopelo grana.Allí estaba Carlos Baudelaire, un granpoeta atormentado en el arte por la necesidadde lo inexplorado, y en filosofíapor el terror de lo desconocido. VíctorHugo ha dicho de él que ha inventado unestremecimiento nuevo. Y, en efecto,ha hecho hablar como él al alma de lascosas; nadie ha traído de más lejos esasflores del mal, resplandecientes y extrañascomo flores tropicales que crecenhinchadas de veneno en las misteriosasprofundidades del alma humana. Pacienzudoy delicado artista, muy preocupadode la frase y del vocablo, Baudelaire,por una cruel ironía de la suerte, hamuerto afásico, conservando toda su inteligencia,como lo expresaban dolorosamentelas quejas de sus negros ojos,pero sin encontrar ya para traducir suspensamientos, sino- el mismo juramentoconfuso,repetido mecánicamente. Correctoy frío, de ingenio que cortaba comoel acero inglés, de una cortesía paradójica,en el cafetín asombraba á suscompañeros bebiendo licores ingleses encompañía de Constantino Guys, el dibujante,ó del editor Malassis.Aquel era un editor como no los hay;hombre de talento y literato, gastaba álo príncipe una bonita fortuna, editandolas obras de gentes que le agradaban.También ha muerto; murió sonriendo,casi sin dinero, pero sin quejarse. Y mesiento emocionado siempre que me acuerdode aquella cabeza trapacera y pálida,alargada por las dos puntas de una barbaroja que le daba aspecto de Mefistófelesdel tiempo de los Valois.Alfonso Duchesne y Delvau se me aparecentambién en un rincón del cafetín.¡Otros dos! ¡Destino extraño en esa generaciónagostada en flor, en la cual nadiepasa de los cuarenta años! Delvau,parisiense, enamorado de París, lo admirabapor sus flores, amaba hasta susdefectos; cuyos libritos, muy cuidados yllenos de hechos pequeños y de observa-34

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