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maba lo que escribía con el nombre deRossignol. Entonces era libre, no se sentíacohibido por la mirada de la Academia,que él creía que le seguía sobre elpapel, censurando las contorsiones pocoacadémicas de su pensamiento y de suestilo, y daba gusto ver esparcirse aqueltalento, frío, muy nervioso, admirable deaudacia y de familiaridad, con una manerapropia y muy personal de sentir lascosas de la vida parisiense, y de aprovecharlaspara toda clase de trabajos satíricos,combinados con gran pacienciay mala intención, dichos con la seriedadde un clown entre dos muecas, y sin hacermás que guiñar el ojo cuando terminabael párrafo.—Pero esto es muy bonito, nuevo, original,se te parece: ¿por qué no has deescribir así cuando escribes por tucuenta?—Tal vez tenéis razón; preciso seráque procure hacerlo.La aptitud de Rochefort estaba descubierta;no faltaba más que cultivarla.Se ha dicho que todo aquello era copiade Arnal, ó que Rochefort no habíahecho más que trasladar á los párrafosde sus artículos los diálogos de Duverty de Lauzanne.No negamos la influencia de estos autores.Evidentemente algunos puntos devista, algunas formas de dicción, corte,procedimientos, giros—convertidos enfórmula-dados á la frase y al pensamiento,que durante las interminablespartidas de dominó del boulevard delTemple habían impresionado su cerebrode colegial, le fueron útiles des-

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