1020026230

que tuvo grande importancia durante algúntiempo en el París del Imperio. Merefiero á esa partida gitana, soldadosirregulares del arte, sublevados de lafilosofía y de las letras, fantaseadores detodas las fantasías, que acampaba frenteal Louvre y al Instituto, y á la cual partidaEnrique Murger, embelleciendo ypoetizando un poco su recuerdo, ha celebradocon el nombre de «Bohemia.»Designaremos al personaje con elnombre de Desroches. Le había yo conocidoen un baile del barrio Latino, conunos amigos, cierta noche de verano.Volví muy tarde á casa—mi cuartito dela calle de Tournon—y dormía como unlirón al día siguiente por la mañana,cuando se presentó á los pies de mi camaun caballero, de frac negro, frac estrechoy de ese negro raro que sólo solían procurarselos polizontes y los enterradores.—Vengo de parte del Sr. Desroches.—¿El Sr. Desroches? ¿Qué Sr. Desroches?dije yo frotándome los ojos, porquemis recuerdos aquella mañana seobstinaban en despertar mucho más tardeque mi persona.—El Sr. Desroches, del Fígaro; hanpasado ustedes la noche juntos; está enla prevención y reclama á usted comofiador.—El Sr. Desroches... ¡ah, sí!... perfectamente.Bueno, pues si me reclama comofiador... ¡que lo suelten!—Usted perdone, pero'hay que pagaruna peseta y cincuenta céntimos.—¡Seis reales!... ¿Por qué?—És la costumbre.Di los treinta perros. El del frac negrose marchó y yo me quedé sentado en lacama, medio dormido y sin darme biencuenta de las aventuras extrañas á consecuenciade las cuales me encontrabayo obligado—nuevo hermano de la Merced—árescatar, mediante una pesetay cincuenta céntimos, á un redactor delFígaro, no de las garras de los turcos,sino de las de la policía.Mis reflexiones no duraron mucho.Cinco minutos después, Desroches, libertadode sus cadenas, se presentaba,sonriendo, en mi cuarto:—Mil perdones, querido colega; detodo ello tienen la culpa Las uvas utos-