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cho, cepillado, afeitado, que demostrabamodales muy corteses, y cuyos botinesblancos y levita de corte burgués hacíanel más perfecto contraste con los endiabladosgestos y las muecas de su cara deborrachín. Me asombraba y me asustaba;y como evidentemente lo conocía él,se complacía en exagerar, en obsequiomío, el cinismo de sus paradojas.—Me es usted simpático, me dijo aldéspedirse; vaya usted á verme el domingoque viene por la tarde... Vivo enun rinconcillo delicioso, cerca del castillode las Nieblas, en los terreros, por laparte que mira á Saint-Ouen, ya sabráusted, la viña de Gerardo de Nerval...Lo presentaré á usted á mi mujer, quevale la pena... Precisamente acabo derecibir un barril de vino bueno; beberemosen tazas, como hacen los comerciantesricos en Bercy, y dormiremos enla cueva... Además, un amigo mío, un dominicoexclaustrado, irá á leerme un dramaen cinco actos. Lo oirá usted; asuntomagnífico; allí se viola á todo el mundo.Está convenido. La viña de Gerardode Nerval; no olvide usted las señas.Todo lo que me había prometido Desrochesse verificó. Bebimos vino de lolindo, y por la noche el supuesto dominiconos leyó el drama. Dominico ó no, eraun bretón alto, buen mozo, soberbio, deanchos hombros, cortados para vestir elhábito, con algo de predicador en laredondez de la voz, en el ademán y enel gesto. Luego ha sabido hacerse unnombre en la literatura.Su drama no me asombró. Pero hay queadvertir que después de pasar una tardeen la viña de Gerardo de Nerval, en loque Desroches llamaba su casa, no esfácil asombrarse por nada.- Antes de subir á los terreros quise yovolver á leer las páginas exquisitas queGerard, el amante de Silvia, consagraen sus Paseos y recuerdos á la descripciónde aquella pendiente septentrionalde Montmartre, pedazo de campo encerradoen París, y por lo mismo más preciosoy querido.«Quédannos unos cuantos ribazos cerradospor espesos vallados verdes, decoradospor los espinos, con sus florecillascolor de violeta... Hay en ellos moli-• /

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