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pués. Pero esas son imitaciones inconscientes,á las cuales no escapa nadie. Noestá prohibido en literatura recoger unarma enmohecida; lo importante es saberafilarla y afirmar la empuñaduracuando se va á esgrimir:Rochefort hizo sus primeras armas enel Nain Jaime, dirigido por AurelianoScholl. ¿Quién no conoce á Scholl? Apoco que hayáis frecuentado, duranteestos últimos treinta años, los boulevaresparisienses ó sus anexos, habréis vistoseguramente, ora delante del pabellónde Tortoni, ora bajo los tilos de Badénó las palmeras de Monte-Cario, aquellafisonomía eminentemente parisiensey del boulevard. Por el acento siemprealegre, el tono claro, lo brillante y cortadodel estilo, Scholl—en medio de París,invadido por el patois de los oradoresdel Parlamento y el estúpido galimatíasde los reporters—ha sido uno de losúltimos, y hasta podría decirse el últimode los pequeños periodistas. El pequeñoperiodista es un periodista que se creeobligado á ser al mismo tiempo un escritor;el gran periodista prescinde de esto.Como otros muchos en estos últimostiempos de turbulencia, Scholl, poco ápoco, sin hacerlo á mal hacer, se ha idometiendo en las contiendas políticas.Ahora está en lo más rudo de la batalla,y da gusto ver á ese nieto de Rivaroíconvertido en republicano, dirigiendocontra los enemigos de la República lasflechas de oro frotadas con un poco deveneno en la punta, sacadas del arsenalreaccionario de las Actos de los Apóstoles.Pero en la época del Nain Jaune lapolítica dormía, y ni Scholl ni Rocheforttampoco pensaban en la República. Contentábasecon ser uno de los más amablesescépticos y uno de los más ingeniososburlones de París. Muy amigo depintarla, como buen bordelés, opinábalocual en aquellos tiempos de santa bohemiano dejaba de tener cierto humillode paradoja-opinaba que el literato sehalla en el deber de pagar al zapatero, yque se puede tener talento é ingenio coaguantes nuevos y camisa limpia.Consecuente con sus principios, usabatodo lo que llevaban los elegantes, hastael monóculo incrustado en el ojo, que to-

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