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Andaba largo rato por los muelles aspirandoel olor de las bestias, oyendo rugirlos leones al otro lado de la verja delJardín de Plantas; pasaba un puente,contemplaba á la luz de los faroles degas, ó al resplandor de la luna, los fantásticosfrontis y el esquilón de las ruinasdel hotel de Lavalette; luego llegaba alArsenal, al antiguo Arsenal, hoy Biblioteca,con su larga verja, su gradería, supuerta del tiempo de Vauban, donde seven esculpidas unas bombardas; el Arseñal,lleno todavía de recuerdos deCarlos Nodier. Nodier no estaba allí ya:el saloncillo verde, que fué tan célebre,del cual salió el romanticismo que vió áMusset, á Víctor Hugo y á Jorge Sandllorar al oir las aventuras del perro deBrisquet; el saloncillo verde, más célebre,y con razón, que el salón azul deArténice, era ocupado ahora por EugenioLoudun.El espíritu revolucionario, el espíritude libertad, no flotaba ya en sus cortina-