franqueando afios , vacíos y lagunas,como sucede cuando se sueña!Yo, por ejemplo, tengo un recuerdo decuando tenia tres años: unos fuegos artificialesde Nimes un día de San Luis,los cuales vi yo en brazos en lo alto deuna colina donde había muchos pinos.Están presentes en mi memoria los másinsignificantes pormenores: el murmullode los árboles, agitados por el viento dela noche—indudablemente la primer nocheque pasaba yo fuera de casa,—el éxtasisentusiasmado de la muchedumbre,los «¡ah!» que subían, estallaban y caíancon los cohetes, y las bengalas cuyos reflejosiluminaban con palidez de fantasmalas caras de las gentes que había entorno mío.Me veo, poco más ó menos, en la mismaépoca, subido en una silla delante delencerado de una clase y trazando letrascon tiza, orgulloso de mi precoz sabiduría.¡Y la memoria de los sentidos, esossonidos, esos olores que os llegan delo pasado, como si viniesen de otromundo, sin que haya ni la menor trazade acontecimiento ni de emoción que losproduzca!Allá en lo último del edificio donde ElPoca-Cosa pasó su infancia, cerca de unashabitaciones abandonadas, cuyas puertashacía crujir un viento de soledad,había grandes adelfas, plantadas en latierra, esparciendo amargo olor, queme persigue todavía hoy después decuarenta años. Yo quisiera que las primeraspáginas de mi libro tuviesen algomás de ese olor.Están también demasiado cortados loscapítulos acerca de Lyon, y en ellos hedejado perder muchas sensaciones vivísimasy preciosas. No porque mis miradasde niño hayan podido apreciar laoriginalidad, la grandeza de esa ciudadindustriosa y mística, con la niebla permanenteque sube de sus ríos y Ipenetrapor sus paredes; con su raza, que esparceuna vaga melancolía germánica hasta enlas producciones de sus escritores; Ballanche,Flandrin, de Laprade, Chenavard,Puvis de Chavannes. Pero si lapersonalidad moral del país escapaba ámi penetración, la enorme colmena obre-v - ' 3R31 'jJi . J'W.s
a de la Croix-Rousse, con el zumbidode sus cien mil trabajadores, y en la colinaque se levanta enfrente Fourviéresrepicando sus campanas y haciendo procesionespor las callejuelas estrechasque le dan acceso, llenas de imágenesreligiosas y de puestos ambulantes dereliquias, han dejado en mi recuerdosindelebles que tenían sitio marcadoen Poca-Cosa.Lo que sí noto, bastante fielmente .notado,es el fastidio, el destierro, la desesperaciónde una familia meridionalperdida entre aquellas brumas deLyon;el cambio de una provincia á otra; clima,costumbres, lengua; esa distanciamoral que las facilidades de comunicaciónno pueden suprimir nunca. Teníayo entonces diez años, y ya, atormentadopor el deseo de salir de mí mismo, deencarnar en otros seres mi nacientemanía de observación, de anotación humana,mi gran distracción durante mispaseos era escoger un transeúnte cualquiera,seguirlo por todo Lyon, en susexcursiones de vago ó de hombre de negocios,procurando identificarme con suvida y comprender sus preocupacionesíntimas.Un día que había escoltado de esa maneraá una señora muy guapa y con untraje vistosísimo hasta una casita bajaque tenía las persianas cerradas (en elentresuelo de la cual había un café, dedonde salía el ruido de voces roncas quecantaban acompañadas por arpas), mispadres, á quienes daba yo cuenta de misorpresa, me prohibieron que continuasehaciendo estudios errantes y observacionesá lo vivó.Pero ¿cómo he podido, al anotar lasetapas de mi adolescencia, no decir unapalabra de las crisis religiosas que entrelos diez y los doce años sacudieron cruelmenteal Poca-Cosa, de sus rebelionescontra lo absurdo y lo misterioso en quehabía que creer, rebeliones seguidas deremordimientos, de desesperaciones,que hacían que el niño se prosternase enlos rincones de una iglesia, en la cualentraba furtivamente como temeroso óavergonzado de que lo viesen? ¿Cómo,sobre todo, he podido dejar á la aparienciade aquel chiquillo esa dulzura, ese
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