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¿lame la atención, y eso tal vez pudieraser el medio de asegurar el éxito.Estoy seguro de que el provenzal nodurmió aquella noche. Al día siguientemontamos los tres en un coche, él, eltamboril y yo, y á las doce y cuarto dela mañana, hora marcada en el cartelillode anuncios de ensayos, desembarcamosen medio de un grupo de desocupados,curiosos al ver aquella extraña máquinaá la puertecilla falsa que, como en todoslos teatros, aunque sean los más lujosos,sirve de entrada, poco triunfal, á los autores,á los artistas y á los dependientesde la casa.ban ensayando. Es horrible ver el teatroasí, en el secreto de su vida por dentro,—¡Dios mío, qué oscuro está esto! murmurabael provenzal mientras pasábamospor el largo corredor húmedo y frío,como son los de todos los teatros.—¡Diosmío, qué frío y qué oscuro!El tamboril parecía ser de la mismaopinión y tropezaba contra las paredesá cada momento, en los escalones de laescalera de caracol, y tenía, cada vezque tropezaba, vibraciones y gemidosformidables. Al fin, como Dios nos dió áentender, llegamos al escenario. Estasinluces, sin adornos, sin la agitación,sin la vida, sin el afeite y la iluminaciónde por las noches: gentes atareadas, andandosin hacer ruido y hablando bajo;

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