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TREINTA AÑOS DE PARÍSmedio de uno de los más escogidos trozosde su artículo de usted, y pierdola apuesta si alguien echa de ver lacosa.Mi imparcialidad de testigo me obligaá decir que Jouvin no quiso apostar.MI PRIMERFRAC¿Cómo me hice con aquel frac? ¿Quésastre de los tiempos primitivos,, qué inesperadoPrimo se decidió, bajo la fe defantásticas promesas, á llevármelo unamañana á casa, nuevo, flamante y artísticamentedoblado y sujeto con alfileresen un pedazo de tela verde? Bien difícilme sería decirlo. Nada recuerdo del honradosastre—¡ha pasado después por lasmanos de tantos sastres!;—nada más queallá, á través de una niebla luminosa, una
48 TREINTA AÑOS DE PARÍSfrente reflexiva y unos bigotes muygrandes. En cambio el frac ¡oh! el fracme parece estar viéndolo todavía. Hanpasado veinte años, y su imagen permaneceaún, perenne, grabada en mi memoriacomo sobre imperecedero bronce.¡ Qué cuello , jóvenes , y qué solapas !Sobre todo, ¡qué faldones cortados enforma de boquilla de flauta! Mi hermano,como hombre de experiencia, habíadicho: — «¡ Cuando se quiere hacer caminoen el mundo, es preciso tenerfrac!» Y el pobrecillo contaba que aquellaprenda influiría mucho para mi gloriay para mi porvenir.Agustina Brohan tuvo las primicias deaquel primer frac mío. He aquí en cuálescircunstancias, dignas de pasar á laposteridad.Acababa de ver la luz mi primer libro,de aspecto virginal y nuevo, bajo suscubiertas color de rosa. Algunos periódicoshabían hablado de mis versos.Hasta el Ofjiciel había impreso mi nombreen sus columnas. Ya era poeta, noen flor, sino editado, dado á luz, expuestoen los escaparates de las librerías. Yomismo me asombraba de que la gente nose detuviera para mirarme cuando paseabamis dieciocho años por esas callesde Dios. Positivamente sentía sobre mifrente la dulce presión de una corona depapel, hecha con recortes de artículos.Un día me propusieron hacer que meinvitasen á las reuniones de Agustina.—¿Quién?—¡Uno, qué diablos! Desde ahílo estaréis viendo: el eterno cualquiera,que se parece á todo el mundo; el hombreamable, providencial, que sin sernada por sí mismo, sin que nadie lo conozcabien, va por todas partes, os acompañaá todos lados; amigo de un día, deuna hora, del cual nadie sabe el nombre:un tipo esencialmente parisiense.Ya supondréis que acepté la proposición.¡Ser invitado á casa de Agustina!Agustina, la ilustre comedianta; Agustina,la deliciosa intérprete de Moliere, laniña mimada de Musset—porque si representabaen el Teatro Francés los papelesde criadas, Musset había escrito sucomedia Louisonen casa de ella;—AgustinaBrohan, en fin, cuyo ingenio celebrabaParís, citando sus frases, y la cual
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coloradota y afeitada, nariz romana
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gua, de apariencia muy burguesa, en
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cáteles... sí, Las uvas moscatele
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nos, ventorrillos y tabernas, elís
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chacho simpático, siempre con su b
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dos que volvían á su memoria, exc
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mi mesa, había una de un médico d
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vial, el Loira y el puerto de Saint
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ventorrillos de las orillas del lag
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medorcillo empapelado al estilo bur
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