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por el techo arañando las tejas, un buhomaullaba, los bueyes daban resoplidosen un establo vecino; y sin mirar el despertador,que repetía su tic-tac eterno,allí mismo, delante de mi pluma; sin levantarlos ojos- para contemplar las pálidastintas de la aurora, sabía la horaque era por el canto de los gallos, por elmovimiento de una granja vecina, dondese oía ruido de zuecos, las herraduras delas bestias, voces enronquecidas en elfresquillo del amanecer, y cacareo, ypiídos, y fuertes sacudimientos de alas.Luego oía en la carretera los pasos soñolientosde los trabajadores que pasabanen bandadas; y un rato después, ungrupo de chiquillos que se dirigía á laescuela, que estaba á una legua de allí,y hacían el mismo ruido que una bandadade perdices fugitivas.Loque más me excitaba, lo que caldeabaaquella desatentada tarea, es queen el mes de Junio, y mucho antes deque hubiese concluido el libro, el Moniteur,de Pablo Dalloz, empezó á publicarlo.Yo tengo la costumbre, que puedeparecer en contradicción con mi métodoJACK 305tan lento y concienzudo de trabajo, deentregar á los periódicos los primeroscapítulos que concluyo. Gano con eso elverme obligado á separarme de mi obra,sin ceder á ese deseo tiránico de perfecciónque obliga á los artistas á empezarde nuevo diez veces, veinte, ciento, lamisma figura. Y sé que de ese modo seagotan, se consumen estérilmente duranteaños enteros, trabajando en lamisma obra, paralizan sus cualidadesreales y llegan á producir lo que yo llamoliteratura de sordo, cuyas bellezas,cuyas delicadezas no puede comprendernadie más que ellos mismos.Gano también con esto la costumbrede fustigar mi natural indolencia, estaholgazanería de raza, refractaria á losprolongados esfuerzos de atención, dereflexión, y este doble ser que hay en míde una horrible facultad analítica y crítica.Una vez en el agua, hay que nadar,y por eso me tiro á ella resueltamente.Pero ¡qué fiebre! ¡cuántas ansiedades yqué miedo á ponerse malo, y qué angustiaal sentirse aguijoneado por ese folletínque traga tantas cuartillas!

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