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314 TREINTA AÑOS DE PARÍSAquel músico, caído en mi isla comollovido del cielo, se captó mi simpatía.Se llamaba LeónPillaut. Talento, ideas,buen cerebro; pronto congeniamos. Procedentes,poco más ó menos, de las mismascosas, nuestras paradojas hacíancausa común. Desde aquel día mi islafué tan suya como mía; y como su lanchita,un bote sin quilla, se columpiabahorrorosamente, tomó la costumbre devenir á hablar de música á la mia.Su libro, Instrumentos y músicos, quele ha valido ser nombrado profesor delConservatorio, le bullía ya en la cabeza,y me lo contaba. Ese libro lo hemos vividolos dos juntos.Encuentro la intimidad de nuestracharla entre sus renglones, como veíaburbujear el Sena entre mis cañas. Pillautme decía cosas absolutamente nuevassobre el arte. Músico de talento, educadoen el campo, su finísimo oído ha retenidoy anotado todas las sonoridadesde la naturaleza; oye como ve un paisajista.Para él cada ruido de alas tiene suestremecimiento particular. El zumbidoconfuso de los insectos, el roce de lashojas otoñales al caer de los árboles, elrodar del agua de los arroyuelos sobrelos guijarros, el viento, la lluvia, las voceslejanas, los trenes en marcha, lasruedas de los carros, toda esa vida campestrela encontraréis en su libro. Yotras muchas cosas también, críticasingeniosas, una agradable erudición defantaseador, la biografía poética de laorquesta y de todos los instrumentos,desde la viola hasta la trompa, está hechaallí por primera vez. Hablábamos deeso á la sombra de nuestro sauce, ó enalgún ventorrillo de la orilla del río, bebiendovino blanco, comiendo una sardinaarenque, entre canteros y gente demar; hablábamos dándole al remo, correteandoel Sena y lo imprevisto de losriachuelos afluentes á él.¡Oh! ¡Aquellos paseos nuestros por elOrge, bonito riachuelo, onduloso, negrode sombra, lleno de hierbas olorosas, comoun riachuelo de Oceanía! Bogábamossin rumbo fijo. Algunas veces pasábamospor delante del jardín de una casalujosa, donde se veía la cola de un pavoreal blanco y señoras vestidas de blan-

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