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podían venir, y mientras duró la Exposiciónno pude dormir tranquilo. ¡Ahí esnada, sentir uno encima de sí el odio detoda una ciudad! Hoy mismo, cuandoviajo por el Mediodía, me mortifica pasarpor Tarascón; y es que sé que allí nome pueden ver, que mis libros están desterradosde sus librerías, que no se lesencuentra ni en la estación del ferrocarril;y desde que veo á lo lejos, por laventanilla del vagón, el castillo del buenodel rey René, me siento mal y desearíano tener que pasar por allí. Por esoaprovecho esta nueva edición para darpúblicamente á los de Tarascón, con todasmis excusas, las explicaciones queel antiguo comandante en jefe de susmilicianos quería exigirme en París.Tarascón no ha sido para mí más queun seudónimo escogido al azar en la víaférrea de París á Marsella, porque teníamarcado sabor meridional; y cuando logritaban los mozos de la estación, sonabacomo un grito de guerrero Apache.otro lado del Ródano. Allí es donde, siendomuy niño, vi languidecer la adansoma,imagen de mi héroe, que vivía demasiadoestrechamente en su pueblecillo;allí donde los Rebuffa cantaban el dúo deRoberto el Diablo; allí es, en fin, dondeun día de Noviembre de 1861, Tartariny yo, armados hasta los dientes y cubiertaslas cabezas con la chechia, salimospara cazar leones en Argel.A decir verdad, no iba yo allí expresamentepara eso, sino porqué tenía necesidadde calafatear un poco mis pobrespulmones con un buen sol. Pero por algo¡vive Dios! he nacido yo en aquel país; ytan pronto como hube puesto el pie en lacubierta del Zuavo, donde embarcaronnuestra enorme caja de armas, más Tartarinque el mismo Tartarin, me imaginabayo realmente que iba á exterminartodas las fieras del Atlas.¡Encantos del primer viaje! Me pareceque fué ayer cuando emprendimos aquellaexcursión, cuando vi aquel mar aziü,pero azul como agua de añil, rizada porel viento y con destellos de sol, y aquelbauprés que se encabritaba, cortaba las

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