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hay gentes que le preguntan á uno, á losdos días de publicar un libro: «¿Cuándovemos la próxima novela? ¡Vamos, perezoso...!»Los desheredados de la fortuna y elmedio en que viven me han costado muchomenos trabajoy menos observación.No he tenido más que mirar atrás, ácuando yo tenía veinticinco años. ElDargenton, aficionado á ejercer de pontífice,existe tal como yo lo he pintado,con su frente desmesurada, sus crisisimaginarias, su egoísmo ciego y ferozde Buda impotente. Ni una de sus cruelespalabras es invención: las he tomadode sus labios á medida que de ellos brotaban;y su fe y su genio son tales, quesi se ha visto retratado de cuerpo enteroen mi libro, solemne, huraño y siniestrocomo alguacil de pueblo, habrá sonreídodesdeñosamente, diciendo: «¡Envidias!...»De Labassindre se ven diez ejemplaresen un café muy conocido del boulevard,que durante el verano es punto decita de los cómicos sin contrata. Hirsches un tipo menos vulgar: yo veía diariamentehace veinte años á ese desheredadode la medicina, andando por esascalles como un loco, sucio, desarrapado,con un frasco de amoniaco asomandopor el bolsillo del chaleco, rabioso porencontrar alguien á quien matar, á pesarde no tener título.Tenía siempre entre manos algunavíctima, en la cual estudiaba los efectosde extraños y peligrosos medicamentos;luego, falto de enfermos, se cuidó á símismo y murió en el hospital de Burdeosá consecuencia de su medicina.El mulato Moronval también ha vivido;colaboró en la Revista Colonial, y despuésde 1870 fué diputado por algún tiempo.Cuando lo conocí habitaba una casitacon jardín en Batignolles, y vivía ácosta de media docena de negritos expedidosdesde Táití, mezcla de discípulosy de criados, á quienes les mandabalimpiar las botas é ir á la compra,al mismo tiempo que les explicaba elEpítome.En resumen: he conservado del dramaviviente y real el personaje principal,los grandes rasgos de su vida y su dolo-