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TOURGUENEFFI!Esto era hace diez ó doce años en casade Gustavo Flaubert, en la calle de Murillo.Habitaciones pequeñitas, amuebladasá la argelina, con vistas al parque deMonceau, el jardín aristocrático y correctoque daba á las ventanas persianasde verdes enredaderas. Nos reuníamosallí todos los domingos cinco ó seis,siempre los mismos, en una exquisita intimidad.Un domingo que, como de costumbre,
34BTREINTA AÑOS DE PARÍSllegué yo para ver al viejo maestro y álos amigos, Flaubert me cogió en lapuerta, y me dijo:—¿No conoce usted á Tourgueneff? Estáahí.Y sin esperar mi respuesta me empujóhacia el salón. Del diván donde estabatendido, un anciano alto, de barba comola nieve, se levantó al verme entrar, desensortijandosobre el montón de cojineslos anillos de su cuerpo de boa, con ojosasombrados, enormes.Nosotros los franceses vivimos en unaignorancia extraordinaria de toda la literaturaextranjera. Nuestro espíritu estan comodón como nuestros miembros,y por miedo á los viajes ni leemos ni colonizamostan pronto como se nos sacade nuestro país. Por casualidad conocía- yo á fondo las obras de Tourgueneff. Habíaleído con gran emoción las Memoriasde un señor ruso, y aquel libro, encontradopor casualidad, me llevó á laintimidad de los otros. Estábamos ligados,sin conocernos, por el amor á los trigos,á los bosques, á la naturaleza, y unacomprensión gemela por la envoltura.En general, los que escriben no tienenmás que ojos, y se contentan con pintar.Tourgueneff tiene además olfato y oídos.Todos sus sentidos tienen las puertasabiertas unos sobre otros. Está llenode perfumes del campo, de ruidos delagua, de limpideces del cielo, y se dejamecer, sin prejuicio de escuela, por laorquesta de sus sensaciones.Esa música no llega á todos los oídos.Los hijos de las ciudades, ensordecidosdesde la infancia por el mugido de lasgrandes capitales, no la percibirán jamás;no oirán las voces que hablan enel silencio de los bosques, cuando la naturalezase cree sola y el hombre quecalla se hace olvidar. ¿Os acordáis de lacaída de los remos en el fondo de unacanoa, que habéis oído alguna vez en unlago de Fenimore Cooper? La barca estáá veinte leguas, no se la ve; pero los bosquesse agrandan por ese ruido lejanosobre el agua que duerme, y hemos sentidoel estremecimiento de la soledad.Las estepas de Rusia han despertadolos sentidos y el corazón de Tourgueneff.Se hace uno bueno escuchando la
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á las altas horas de la madrugada,
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oso presidio, más que la del cura,
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Todo el citado personal, un tanto h
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Andaba largo rato por los muelles a
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condenado después á. no sé qué
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TREINTA AÑOS DE PARÍSechaba de me
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TREINTA AÑOS DE PARÍSeos deseaban
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A pesar de la emoción, á pesar de
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pricho se convertía en manía, en
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traje de sacamuelas, con un águila
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coloradota y afeitada, nariz romana
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gua, de apariencia muy burguesa, en
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