1020026230

TREINTA AÑOS DE PARÍSnían á echar hábilmente por debajo delas puertas de las casas los diarios de lamañana. Los faroles de gas se apagaban.Las calles, el Sena y sus puentes, todome aparecía tenebroso á través de laniebla matinal. Tal fué mi entrada enParís; arrimándome á mi hermano, conel corazón metido en un puño, experimentabacierto involuntario terror mientrasseguíamos en silencio á la carretillay al mozo.—Si no tienes mucha prisa por vernuestro cuarto, iremos antes á desayunarnos,me dijo Ernesto.— ¡Sí! comamos.Estaba literalmente muerto de hambre.—¡Ay! La casa decomidas, una casa decomidas de la callede Corneille, no estabaabierta todavía;tuvimos que esperarmucho rato paseándonospor la acerapara entrar en calor,y alrededor delOdeon, que se meaparecía imponentecon su vasta techumbre,su pórtico y suaspecto de templo.Al fin se abrieron las puertas; un mozomedio dormido nos hizo entrar, arrastrandocon ruido sus zapatillas puestasen chancleta y bostezando como los mozosde cuadra á quienes despiertan enlas posadas donde se cambian los tiros