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encantadora actriz!... Ahora todo esoestá muy lejos. Después de una fuga áInglaterra, de cartas publicadas en losperiódicos, de folletos, de guerra á loMirabeau contra un padre tan inexorablecomo el amigo de los hombres, despuésdéla más romántica de las novelas,coronada por un desenlace de lo másburgués que se puede imaginar, GustavoFould, imitando el ejemplo de MarioUchard, escribió La condesa Romani, yllevó elocuentemente al teatro sus propiosinfortunios; la señorita Valeria olvidasu nombre de señora de Fould parafirmar con el seudónimo de GustavoHaller libros titulados: Virtud, con unabonita figura sobre cubierta azul pálido.Grandes pasiones que se apagan en unbaño de literatura. Pero el escándalo, laemoción, estaban aquella noche en el salónverde de Agustina. Los hombres, losque ocupaban posiciones oficiales, movíanla cabeza y redondeaban la boca enforma de O para decir: «¡Eso es grave...muy grave!» Oíanse estas palabras: «Tododesaparece, todo se lo lleva el diablo...Ya no hay respeto... El Emperador deberíaintervenir... derechos sagrados...autoridad paterna.» Las mujeres, encambio, tomaban francamente, y en vozmuy alta, la defensa de los dos enamoradosque acababan de escaparse á Londres.«¡Toma! Si se querían... ¿porquéha de oponerse el padre?... ¡Que es Ministro!...¿Y qué tenemos con eso?... Desdela Revolución, gracias á Dios, no hayya Bastilla, ni Fuerte del Obispo!» Imaginadá todos hablando á la vez, y dominandoel estruendo de las voces la risametálica de Agustina, bajita, de buenascarnes, y con aspecto siempre alegre, ácausa de sus ojos saltones, unos ojos bonitosde miope, siempre asombrados yde brillante mirada.Por fin se calmó la emoción, y comenzaronde nuevo los rigodones. Yo bailé,no hubo más remedio. Y lo hice bastantemal para ser un príncipe de Valaquia.Cuando terminó el rigodón me quedé inmóvilcomo un tonto, amarrado por micortedad de vista, demasiado tímido paraatreverme á ponerme el lente en un ojo,demasiado poeta para usar gafas, y temerososiempre de ir, si me movía, á

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