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ENRIQUEROCHEFORTdavía usa ahora; almorzaba en Bignon ydaba á los parisienses el espectáculo,verdaderamente nuevo, de un simplecronista que compartía diariamente loshuevos al plato y la chuleta, con el duquede Grammont-Caderousse, que erael rey de los gomosos de aquel tiempo.El Nain Jaune íué el único competidorserio con que tropezara Villemessant.Admirablemente servido por sus muchasrelaciones, Scholl había logrado en pocosmeses que su periódico fuera el órganooficial de la alta sociedad y de losCasinos, el árbitro de las elegancias parisienses;pero al cabo de un año se cansóporque servía para mejores cosas; erademasiado escritor, demasiado periodistapara seguir siendo empresario.En el Nain Jaime los éxitos de Rochefortfueron rápidos; en el Fígaro, que seapresuró á llevárselo á su redacción,fueron más ruidosos todavía. Los parisienses,que tienen siempre ciertas aficionesde fronda y que desde hace tiempohan perdido la costumbre de la independencia,se complacían leyendo esosfolletos, en los cuales se hablaba de túen voz alta con tono burlón, á todo génerode cosas oficiales y solemnes, de lascuales los más osados apenas si se atrevíaná burlarse en voz baja.Rochefort se lanzó; tuvo lances de honor,más afortunados que el del estanquede Chaville; jugó fuerte, vivió á logrande, llenó á París con el estruendode su nombre y siguió siendo, á pesar detodo, á pesar de la embriaguez del triunfode una noche ó de una hora, el Rochefortque yo había conocido en el Ayuntamiento,siempre servicial y bondadoso,siempre modesto, siempre ocupándosedel artículo que había de publicar, temerosode no tener ya qué decir, de haberagotado la vena y de no poder seguirescribiendo.Villemessant, despótico con todos susredactores, tenía por ése una especie detemerosa admiración. La verdad es queel tal Rochefort era hombre de extrañasterquedades y de singulares caprichos.Ya he relatado en otro sitio el efecto desu artículo sobre el teatro del señor deSaint-Remy, y la manera familiar, propiade un pilluelo, de ajustarle las cuentas

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