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MADAME BOVARY-Gustave Flaubert

Madame Bovary (título completo en francés: Madame Bovary, Mœurs de province) es la novela del escritor francés Gustave Flaubert, publicada en 1856. El personaje vive más allá de sus posibilidades para escapar de las banalidades y el vacío de la vida provincial. Cuando la novela se realizó por primera vez en La Revue de Paris entre el 1 de octubre de 1856 y el 15 de diciembre de 1856, los fiscales atacaron la novela por obscenidad. El juicio resultante en enero de 1857 hizo la historia notoria. Después de la absolución de Flaubert el 7 de febrero de 1857, Madame Bovary se convirtió en un éxito de ventas en abril de 1857 cuando se publicó en dos volúmenes. Una obra seminal de realismo literario, la novela se considera ahora la obra maestra de Flaubert, y una de las obras literarias más influyentes de la historia. El crítico británico James Wood escribe: "Flaubert estableció, para bien o para mal, lo que la mayoría de los lectores consideran narración realista moderna, y su influencia es casi demasiado familiar para ser visible".

Madame Bovary (título completo en francés: Madame Bovary, Mœurs de province) es la novela del escritor francés Gustave Flaubert, publicada en 1856. El personaje vive más allá de sus posibilidades para escapar de las banalidades y el vacío de la vida provincial. Cuando la novela se realizó por primera vez en La Revue de Paris entre el 1 de octubre de 1856 y el 15 de diciembre de 1856, los fiscales atacaron la novela por obscenidad. El juicio resultante en enero de 1857 hizo la historia notoria. Después de la absolución de Flaubert el 7 de febrero de 1857, Madame Bovary se convirtió en un éxito de ventas en abril de 1857 cuando se publicó en dos volúmenes. Una obra seminal de realismo literario, la novela se considera ahora la obra maestra de Flaubert, y una de las obras literarias más influyentes de la historia. El crítico británico James Wood escribe: "Flaubert estableció, para bien o para mal, lo que la mayoría de los lectores consideran narración realista moderna, y su influencia es casi demasiado familiar para ser visible".

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demonio. Su mirada, más cortante que sus bisturíes, penetraba directamente en<br />

el alma y desarticulaba toda mentira a través de los alegatos y los pudores. Y así<br />

andaba por la vida lleno de esa majestad bonachona que dan la conciencia de un<br />

gran talento, la fortuna y cuarenta años de una vida laboriosa a irreprochable.<br />

Frunció el ceño desde la puerta al percibir el aspecto cadavérico de Emma,<br />

tendida sobre la espalda, con la boca abierta. Después, aparentando escuchar a<br />

Canivet, se pasaba el índice bajo las aletas de la nariz y repetía:<br />

—Bueno, bueno.<br />

Pero hizo un gesto lento con los hombros. Bovary lo observó: se miraron; y<br />

aquel hombre, tan habituado, sin embargo, a ver los dolores, no pudo retener<br />

una lágrima que cayó sobre la chorrera de su camisa.<br />

Quiso llevar a Canivet a la habitación contigua. Carlos lo siguió.<br />

—Está muy mal, ¿verdad? ¿Si le pusiéramos unos sinapismos?, ¡qué sé yo!<br />

¡Encuentre algo, usted que ha salvado a tantos!<br />

Carlos le rodeaba el cuerpo con sus dos brazos, y lo contemplaba de un<br />

modo asustado, suplicante, medio abatido contra su pecho.<br />

—Vamos, muchacho, ¡ánimo! Ya no hay nada que hacer.<br />

Y el doctor Larivière apartó la vista.<br />

—¿Se marcha usted?<br />

—Voy a volver.<br />

Salió como para dar una orden a su postillón con el señor Canivet, que<br />

tampoco tenía interés por ver morir a Emma entre sus manos.<br />

El farmacéutico se les unió en la plaza. No podía, por temperamento,<br />

separarse de la gente célebre. Por eso conjuró al señor Larivière que le hiciese el<br />

insigne honor de aceptar la invitación de almorzar.<br />

Inmediatamente marcharon a buscar pichones al «Lion d'Or»; todas las<br />

chuletas que había en la carnicería, nata a casa de Tuvache, huevos a casa de<br />

Lestiboudis, y el boticario en persona ayudaba a los preparativos mientras que<br />

la señora Homais decía, estirando los cordones de su camisola:<br />

—Usted me disculpará, señor, pues en nuestro pobre país si no se avisa la<br />

víspera…<br />

—¡Las copas! —sopló Homais.<br />

—Al menos si estuviéramos en la ciudad tendríamos la solución de las<br />

manos de cerdo rellenas.<br />

—¡Cállate!… ¡A la mesa, doctor!<br />

Le pareció bien, después de los primeros bocados, dar algunos detalles<br />

sobre la catástrofe:<br />

—Al principio se presentó una sequedad en la faringe, después dolores<br />

insoportables en el epigastrio, grandes evacuaciones.<br />

—¿Y cómo se ha envenenado?<br />

—No lo sé, doctor, y ni siquiera sé muy bien dónde ha podido procurarse<br />

ese ácido arsenioso.<br />

Justino, que llegaba entonces con una pila de platos, empezó a temblar.<br />

—¿Qué tienes? —dijo el farmacéutico.

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