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MADAME BOVARY-Gustave Flaubert

Madame Bovary (título completo en francés: Madame Bovary, Mœurs de province) es la novela del escritor francés Gustave Flaubert, publicada en 1856. El personaje vive más allá de sus posibilidades para escapar de las banalidades y el vacío de la vida provincial. Cuando la novela se realizó por primera vez en La Revue de Paris entre el 1 de octubre de 1856 y el 15 de diciembre de 1856, los fiscales atacaron la novela por obscenidad. El juicio resultante en enero de 1857 hizo la historia notoria. Después de la absolución de Flaubert el 7 de febrero de 1857, Madame Bovary se convirtió en un éxito de ventas en abril de 1857 cuando se publicó en dos volúmenes. Una obra seminal de realismo literario, la novela se considera ahora la obra maestra de Flaubert, y una de las obras literarias más influyentes de la historia. El crítico británico James Wood escribe: "Flaubert estableció, para bien o para mal, lo que la mayoría de los lectores consideran narración realista moderna, y su influencia es casi demasiado familiar para ser visible".

Madame Bovary (título completo en francés: Madame Bovary, Mœurs de province) es la novela del escritor francés Gustave Flaubert, publicada en 1856. El personaje vive más allá de sus posibilidades para escapar de las banalidades y el vacío de la vida provincial. Cuando la novela se realizó por primera vez en La Revue de Paris entre el 1 de octubre de 1856 y el 15 de diciembre de 1856, los fiscales atacaron la novela por obscenidad. El juicio resultante en enero de 1857 hizo la historia notoria. Después de la absolución de Flaubert el 7 de febrero de 1857, Madame Bovary se convirtió en un éxito de ventas en abril de 1857 cuando se publicó en dos volúmenes. Una obra seminal de realismo literario, la novela se considera ahora la obra maestra de Flaubert, y una de las obras literarias más influyentes de la historia. El crítico británico James Wood escribe: "Flaubert estableció, para bien o para mal, lo que la mayoría de los lectores consideran narración realista moderna, y su influencia es casi demasiado familiar para ser visible".

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Doblaba la campana. Todo estaba dispuesto. Hubo que ponerse en<br />

marcha.<br />

Y sentados en una silla del coro, uno al lado del otro, vieron pasar y volver<br />

a pasar delante de ellos continuamente a los tres chantres que salmodiaban. El<br />

serpentón soplaba a pleno pulmón. El señor Bournisien, revestido de<br />

ornamentos fúnebres, cantaba con voz aguda; se inclinaba ante el sagrario,<br />

elevaba las manos, extendía los brazos. Lestiboudis circulaba por la iglesia con<br />

su varilla de ballena; cerca del facistol reposaba el ataúd entre cuatro filas de<br />

cirios. A Carlos le daban ganas de levantarse para apagarlos.<br />

Trataba, sin embargo, de animarse a la devoción, de elevarse en la<br />

esperanza de una vida futura en donde la volvería a ver. Imaginaba que ella<br />

había salido de viaje, muy lejos, desde hacía tiempo. Pero cuando pensaba que<br />

estaba allí abajo y que todo había terminado, que la llevaban a la tierra, se<br />

apoderaba de él una rabia feroz, negra, desesperada. A veces creía no sentir<br />

nada más, y saboreaba este alivio de su dolor reprochándose al mismo tiempo<br />

ser un miserable.<br />

Se oyó sobre las losas como el ruido seco de una barra de hierro que las<br />

golpeaba rítmicamente. Venía del fondo y se paró en seco en una nave lateral de<br />

la iglesia. Un hombre con gruesa chaqueta oscura se arrodilló penosamente. Era<br />

Hipólito, el mozo del «Lion de d'Or». Se había puesto su pierna nueva.<br />

Uno de los chantres vino a dar la vuelta a la nave para hacer la colecta y las<br />

grandes monedas sonaban, unas detrás de otras, en la bandeja de plata.<br />

—¡Dense prisa! ¡Estoy que ya no puedo más! exclamó Bovary al tiempo que<br />

echaba encolerizado una moneda de cinco francos.<br />

El eclesiástico le dio las gracias con una larga reverencia. Cantaban, se<br />

arrodillaban, se volvían a levantar, aquello no terminaba. Recordó que una vez,<br />

en los primeros tiempos de su matrimonio, habían asistido juntos a misa y se<br />

habían puesto en el otro lado, a la derecha, contra la pared. La campana empezó<br />

de nuevo, hubo un gran movimiento de sillas. Los portadores pasaron las tres<br />

varas bajo el féretro y salieron de la iglesia.<br />

Entonces apareció Justino en el umbral de la farmacia. De pronto se volvió<br />

a meter dentro, pálido, vacilante.<br />

La gente se asomaba a las ventanas para ver pasar el cortejo. Carlos, en<br />

cabeza, iba muy erguido. Parecía sereno y saludaba con un gesto a los que,<br />

saliendo de las callejuelas o de las puertas, se incorporaban a la muchedumbre.<br />

Los seis hombres, tres de cada lado, caminaban a paso corto y algo<br />

jadeantes. Los sacerdotes, los chantres y los dos niños de coro recitaban el De<br />

profundis, y sus voces se esparcían por el campo subiendo y bajando con<br />

ondulaciones. A veces desaparecían en los recodos del sendero, pero la gran cruz<br />

de plata seguía irguiéndose entre los árboles.<br />

Seguían las mujeres, tapadas con negros mantones con la capucha bajada;<br />

llevaban en la mano un gran cirio ardiendo, y Carlos se sentía desfallecer en<br />

aquella continua repetición de oraciones y de antorchas bajo esos olores<br />

empalagosos de cera y de sotana. Soplaba una brisa fresca, verdeaban los<br />

centenos y las colzas, unas gotitas de rocío temblaban al borde del camino sobre<br />

los setos de espinos. Toda suerte de ruidos alegres llenaba el horizonte: el<br />

crujido lejano de una carreta a lo largo de las roderas, el grito de un gallo que se<br />

repetía o el galope de un potro que se veía desaparecer bajo los manzanos. El

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